Hace algunos años tuve una experiencia religiosa: descendí a las entrañas de Teotihuacan. Gracias a la generosidad del INAH, y en especial de Sergio Gómez, el gran arqueólogo encargado del proyecto, pude recorrer el excepcional túnel que termina, luego de 103 metros, en el corazón de la Pirámide de Quetzalcóatl. El túnel había permanecido oculto al menos 1,700 años cuando Gómez y su equipo lo descubrieron. Encontraron dentro cientos de objetos de una enorme belleza.
La sensación al llegar al umbral de la última cámara y respirar el aire húmedo del corazón teotihuacano es difícil de describir. Lo recuerdo perfectamente y aún ahora me conmueve profundamente. Salvo el nacimiento de mis hijos, es lo más cercano que he estado a Dios, y lo digo sin cursilerías.