En los sistemas de salud, el personal sanitario ha tenido que enfrentarse a largas jornadas de trabajo, aunadas a la incertidumbre inicial sobre la enfermedad por coronavirus y los efectos adversos sobre sus pacientes. Tuvieron que hacer grandes sacrificios con consecuencias considerables para su salud mental. Como resultado, han padecido estrés postraumático, ansiedad, depresión, síndrome de burnout e incluso pensamientos suicidas por estar en la primera línea de la batalla contra la pandemia. También se han encontrado efectos negativos similares sobre la salud mental de pacientes ingresados a hospitales por COVID-19.
Un estado de incertidumbre y temor sostenido ha pasado factura en la población mexicana (y en prácticamente todo el planeta). Estimaciones iniciales de académicos de la Universidad Iberoamericana advierten que el riesgo de suicidio podría aumentar hasta en un 20% con todo lo que ha implicado la COVID-19, y el riesgo es aún mayor para los jóvenes. En diciembre de 2020, 32% de las personas encuestadas por UNICEF, la Universidad Iberoamericana y el Gobierno de la Ciudad de México padeció ansiedad, y 25% reportó síntomas de depresión, a la vez que ha aumentado el consumo de antidepresivos y ansiolíticos en nuestro país .
Nuestras niñas y nuestros niños han tenido rezagos educativos al tener que aprender desde sus hogares; con el confinamiento, han perdido a la escuela como un espacio para formar amistades, participar en actividades físicas, y aprender habilidades de socialización. Como consecuencia, han estado más estresados, ansiosos, y deprimidos, efectos que resultan directamente del aislamiento por la pandemia .