La coalición de Va por México implicó una negociación compleja para llegar a un equilibrio sobre cómo trabajar en conjunto tanto en las candidaturas a diputaciones federales, como en las elecciones de gobernadores, diputados locales y presidentes municipales. La misión era tratar de abarcar la mayor cantidad posible de distritos y espacios en coalición, a sabiendas de que así se incrementan sensiblemente las posibilidades de derrotar a la coalición del partido en el poder.
En esta elección hay condiciones especiales. Es la primera ocasión en que operan las reglas de reelección, lo que ha implicado que haya tensiones adicionales para la designación de candidatos pues es obvio que muchos de los actuales funcionarios quieren reelegirse. Entonces, entre los reelegibles y los que forman parte de las filas de los partidos se gesta una pugna para lograr las nominaciones en las boletas. Así las cosas, es un hecho que se lograron que en más de 210 distritos federales (de los 300) haya candidatos de coalición, así como en 11 de las 15 gubernaturas, y puestos a nivel local.
Ciertamente, en la expectativa general de todo el proceso estaba la designación de más caras frescas como candidatos. Este paso no se logró satisfacer. No se cumplió en lo general la posibilidad de ver muchas caras nuevas. Se enfrentó lo ideal con la realidad de compromisos y que los partidos políticos vieron diezmadas sus opciones de candidaturas por el efecto de la propia coalición que implica sacrificar espacios para ir en conjunto con los socios electorales.
Pero esa limitación es un costo menor en función de lo que está en juego. También hay que reconocer que estamos en un proceso de un despertar ciudadano masivo, lo que seguramente propiciará que en los años por venir haya personas que decidan comprometer su tiempo al servicio público, y así probar que hay espacios para una nueva generación de candidatos en que prive probidad, entrega y solvencia.