El miércoles pasado, el presidente de México tomó un avión. “Licenciado Andrés Manuel López Obrador y comitiva que lo acompaña”, dijo el piloto al llegar, en un tono de zalamería que habría hecho las delicias de José López Portillo. “Sean ustedes bienvenidos al aeropuerto internacional Felipe Ángeles”.
Así, el gobierno mexicano presumió el primer aterrizaje en el aeropuerto de Santa Lucía, una de las tres grandes obras del sexenio lopezobradorista. El problema, por desgracia, es que el aeropuerto en el que aterrizó el presidente todavía no existe. Existirá. Pero no aún. Ni las terminales, ni las puertas de embarque, ni las tres pistas planeadas. Ese aeropuerto al que llegó el presidente no existe.