En pocas palabras, la sociedad y el sistema político de EUA ya venían severamente dañados cuando llegó Trump. De hecho, fue por eso que llegó. Y ya en el poder, hizo todo lo posible por tratar de dinamitar lo poco que quedaba sano de ambos.
EUA tiene deudas añejas con buena parte de sus segmentos poblacionales, que no han querido abordar como sociedad. Y los partidos, con sus intereses meramente electorales, han preferido ignorar esos problemas y venderse al mejor postor.
Trump significó la reivindicación de grupos sociales marginados y discriminados por el desarrollo del país. Grupos que, en más de una forma, fueron daños colaterales de la oleada de acciones afirmativas para minorías; que aunque correcta en principio, fue mal implementada.
El famoso “WASP”, el “mainstream American”, los “red necks” poco a poco fueron perdiendo visibilidad conforme los esfuerzos se enfocaban en las minorías. Socialmente, eso fue marcando una profunda huella en muchos de esos grupos.
Se fue rompiendo el pacto social estadounidense. El rencor y el resentimiento crecieron. Al tiempo que la corrección política les impedía expresar esa frustración y desesperación.
Trump fue la liberación total. Si él podía hablar como lo hacía y llegar a Presidente, ¿por qué los demás no? Si él podía atacar a cuanta persona quisiera, ¿por qué los demás no? Si él podía instigar a la violencia, ¿por qué los demás no podían practicarla?