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Picando pleito con Estados Unidos

López Obrador estaba muy cómodo con Trump, pero ya no lo estará con Biden. La agenda bilateral será más amplia y diversa, habrá más diferencias, más presiones, y, en consecuencia, más conflicto.
mar 19 enero 2021 11:59 PM
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López Obrador ha emprendido una confrontación con Estados Unidos.

López Obrador lleva varios meses metiéndole cizaña a la relación con Estados Unidos. Mejor dicho, cuidando sus arreglos con Trump y boicoteando cualquier entendimiento con el nuevo gobierno demócrata. Las señales abundan y son bien conocidas: visitar la Casa Blanca en plena campaña electoral; no felicitar a Biden tras su victoria; ofrecerle asilo a Assange; no condenar el asalto al Capitolio, pero acusar a las plataformas de redes sociales de “censurar” a Trump; decir que la DEA fabricó el caso contra Cienfuegos y hacer público el expediente que el Departamento de Justicia envió a la Cancillería; etcétera.

El presidente y sus partidarios intentan justificar esas decisiones circunstancialmente, como si fueran casos aislados. Lo cierto, sin embargo, es que como conjunto comunican una actitud consistente, incluso configuran un patrón de conducta. López Obrador está buscando bronca con los gringos.

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¿Por qué? Quizá porque estaba muy cómodo con Trump y comprende que ya no lo estará con Biden. Trump tenía una agenda mínima con México, sus prioridades (sobre todo la inmigración y el muro fronterizo) eran más de política doméstica, para consumo interno, que realmente bilaterales.

Y López Obrador supo identificar la oportunidad que eso representaba para su proyecto, alinearse, sacrificar ambos temas y, a cambio, aprovechar el desinterés de su homólogo estadounidense respecto a casi cualquier otro asunto mexicano.

Con Biden, la historia promete ser otra. Su agenda con México será más amplia y diversa (incluirá, por ejemplo, medio ambiente, energía, cuestiones laborales, derechos humanos, seguridad jurídica y certidumbre económica), habrá más diferencias, más presiones y, en consecuencia, más conflicto.

López Obrador podría estar actuando, entonces, preventivamente. Un poco como quienes extreman sus posiciones antes de una negociación, tratando de elevarle los costos a su adversario y así obligarlo a tener que ceder más. Un poco como quienes provocan avalanchas en lugar de esperar a que ocurran solas, con la expectativa de tener más control sobre su curso y, de ese modo, minimizar sus daños. Como sea, es una apuesta fuerte y arriesgada, en la que hay mucho en juego y no es improbable que algo salga mal.

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Desde luego, lo que le importa no debe ser tanto la relación con Estados Unidos como tal, sino sus repercusiones en la política interna de México. López Obrador seguramente calcula que un presidente más “normal”, como Biden, le significará un contrapeso mayor, más riguroso y exigente. Busca el pleito, en consecuencia, para evitar el regreso a cierta “normalidad” que pudiera terminar restringiendo el margen de maniobra que ganó con la “anormalidad” de Trump. Entretanto, además, crea un ambiente que le permite apelar al nacionalismo y hacerse la víctima en tiempos electorales. En suma, revuelve las aguas del Río Bravo para ganancia de pescadores del lado mexicano.

¿Quién gana si su lance tiene éxito? En primer lugar, él mismo, pues avanza en su proyecto de concentración del poder sin oposiciones ni contrapesos fuertes. En segundo lugar, ganan los actores e intereses para los que una estrecha cooperación entre México y Estados Unidos siempre es mala noticia: los cárteles del narcotráfico, el crimen organizado, las mafias transnacionales. Y ganan, finalmente, las potencias enemigas de Estados Unidos, como Rusia y China, para quienes se abren nuevas oportunidades de influir y hacer negocios en una zona tradicionalmente considerada no solo como estratégica, sino vital, para la geopolítica estadounidense.

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Nota del editor:

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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