López Obrador lleva varios meses metiéndole cizaña a la relación con Estados Unidos. Mejor dicho, cuidando sus arreglos con Trump y boicoteando cualquier entendimiento con el nuevo gobierno demócrata. Las señales abundan y son bien conocidas: visitar la Casa Blanca en plena campaña electoral; no felicitar a Biden tras su victoria; ofrecerle asilo a Assange; no condenar el asalto al Capitolio, pero acusar a las plataformas de redes sociales de “censurar” a Trump; decir que la DEA fabricó el caso contra Cienfuegos y hacer público el expediente que el Departamento de Justicia envió a la Cancillería; etcétera.
El presidente y sus partidarios intentan justificar esas decisiones circunstancialmente, como si fueran casos aislados. Lo cierto, sin embargo, es que como conjunto comunican una actitud consistente, incluso configuran un patrón de conducta. López Obrador está buscando bronca con los gringos.