Un tema central fue la preocupante tendencia de resistencia de los humanos a los antibióticos, dado su uso indiscriminado, y se solicitó que los países realizaran esfuerzos para promover su uso prudente, incluso en los animales que producen alimentos. Los datos, la evidencia y los casos dibujaban con claridad una crisis futura más temprano que tarde. Nadie se antojaba preparado para un escenario así, en el foro que reúne a los países más industrializados del mundo (G-7) y a las 12 economías emergentes de relevancia sistémica (el vigésimo asiento es para los organismos internacionales).
En las pláticas de pasillo del centro de convenciones Messehallen adaptado para la cumbre, había quienes consideraban la advertencia de la OMS como visionaria y oportuna, y quienes la veían demasiado catastrofista y percibían más prioritarios e inminentes otros temas que fueron discutidos en las sesiones: la amenaza del terrorismo, los desplazados, la pobreza, el hambre, la creación de empleos, el cambio climático, la seguridad energética y la inequidad de género.
Quizá todo esto puede resumirse en una tarea que es la más pendiente de todas: inclusión. En un mundo con mayor inclusión no podía prevenirse el surgimiento del COVID, pero las personas estarían más preparadas y protegidas y serían menos vulnerables. Habría un primer piso de salud universal, y en algunos países podrían llegar a segundos y terceros pisos de cobertura. Habría más acceso a derechos como la alimentación, la vivienda, los servicios básicos a la vivienda (agua potable, gas, electricidad), y los trabajos serían formales, por lo que estarían cubiertos por la serie de beneficios que brinda la seguridad social.