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Terraplanismo diplomático

Trump no es un candidato de oposición impugnando un resultado electoral que le fue adverso, es un presidente en funciones tratando de aferrarse al poder contra la voluntad de una mayoría democrática.
mar 10 noviembre 2020 11:59 PM
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La cercanía de López Obrador con Trump se presume como una razón para que no se reconozca el triunfo de Joe Biden.

Para AO.

Andrés Manuel López Obrador ha optado por el equivalente diplomático de sostener que la tierra es plana. No está solo, pero sí en una poco honrosa y cada vez más reducida minoría. Hasta el día de ayer lo acompañaban Jair Bolsonaro (Brasil), Xi Jinping (China), Kim Jong Un (Corea del Norte), Vladimir Putin (Rusia) y Recep Tayyip Erdogan (Turquía). Con todo, lo peor no es que su nombre figure al lado de semejantes sátrapas. Lo peor es el presidente haya intentado justificar la posición de México a partir de un razonamiento tan lastimosamente escaso de ese ingrediente indispensable para el buen juicio político que Isaiah Berlin llamaba sentido de la realidad. Me explico.

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Que un mandatario felicite o no al ganador de las elecciones en otro país es una decisión política cuyos tiempos, términos y tono comunican un mensaje con múltiples destinatarios: en el país donde se llevaron a cabo las elecciones, en el del propio mandatario en cuestión y en la comunidad internacional. ¿Qué mensaje envió López Obrador en ese sentido?

Primero, dijo que “No queremos ser imprudentes, queremos ser respetuosos de la autodeterminación de los pueblos y del derecho ajeno. Queremos esperar a que legalmente se resuelva el asunto de la elección en Estados Unidos”. Trump está alegando que hubo fraude, aunque sin presentar pruebas que lo sustenten. Eso no es un problema legal, es una estrategia política. El pueblo estadounidense, justo en ejercicio de la autodeterminación que López Obrador dice querer respetar, votó mayoritariamente por el candidato del partido demócrata.

¿En qué planeta es más prudente cuidar la relación con Trump, el candidato perdedor y un cadáver político que en poco más de dos meses abandonará la Casa Blanca, que con Biden, quien será el presidente de Estados Unidos por los próximos cuatro años? Se entiende que López Obrador se haya visto obligado a tratar de llevar la fiesta en paz con un energúmeno cuyo antagonismo contra México y los mexicanos es de sobra conocido. Y más todavía ante la posibilidad de su reelección. Pero ¿cómo entender que ahora no quiera advertir los nuevos vientos que llevaron a la derrota de Trump y se resista a ajustar, en consecuencia, las velas de la relación bilateral?

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El presidente mexicano añadió lo siguiente: “Nosotros padecimos mucho de las ‘cargadas’, de cuando nos robaron una de las veces la Presidencia y todavía no se terminaban de contar los votos y ya algunos gobiernos extranjeros estaban reconociendo a los que se declararon ganadores. Eso es lo que pasó en el 2006”. Trazar esa analogía no solo es un disparate que deja muy mal parado al propio López Obrador, quien termina equiparándose a sí mismo con Trump y sus denuncias sin fundamento (sí, tal vez está llegando accidentalmente al punto, pero esa es otra historia). También es una ofensa contra Biden y todos los mandatarios que ya lo felicitaron, pues insinúa que él podría estarse “robando” la presidencia y ellos prestándose a secundar ese “robo”. ¿Y los más de setenta y cinco millones de estadounidenses que votaron por Biden? Ni los ve ni los oye.

Donald Trump no es un candidato de oposición ejerciendo su derecho a impugnar un resultado electoral que le fue adverso, es un presidente en funciones tratando de aferrarse al poder contra la voluntad de una mayoría democrática. La respuesta del gobierno mexicano a la coyuntura política en Estados Unidos no está defendiendo el voto, está coqueteando con una tentativa golpista . No hay principio de la política exterior ni noción del interés nacional que avale esa postura. México no tiene nada que ganar si Trump se sale con la suya y descarrila el proceso de transición entre poderes, al contrario.

Las relaciones internacionales de México no pueden basarse en los traumas del presidente. El vínculo con Estados Unidos es demasiado importante como para reducirlo a la identificación de López Obrador con Trump. Si México no toma partido por la democracia estadounidense, Estados Unidos tampoco lo hará por la democracia mexicana. Tal vez eso es lo que busca López Obrador, pero no es lo que nos conviene a los mexicanos. Diga lo que diga el señor de las mañaneras, la realidad es que la tierra sigue siendo redonda y Trump nunca ha sido, no es ni será jamás nuestro aliado.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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