Las dinámicas electorales cambiaron y se abrieron paso liderazgos personales que usaban a los partidos como meros vehículos. Eso generó un mercado en el que, si alguien popular no conseguía la candidatura de su partido, simplemente cambiaba de bando para llegar al poder.
Estos personajes no representaban ideales o agenda alguna, ni principios ni valores, solo un afán personalista de ganarse un espacio y de vengarse de quienes le cerraron el paso a su ambición. Y así, se fueron desgastando aún más los políticos ante la población.
La incursión de liderazgos personales cambió la vida electoral, al punto de llegar un gobernador independiente en 2015 a Nuevo León y López Obrador a la presidencia en 2018.
Ambos usaron estructuras partidistas tradicionales como base. Rodríguez Calderón aprovechó estructuras priistas que se separaron del partido ante la pésima candidatura impuesta por Peña, mal aconsejado en su momento por Rodrigo Medina y Emilio Gamboa.
Y López Obrador creó su propio partido, alimentado por bases de la estructura del PRD, que él mismo ayudó a desarmar, y con apoyo de estructuras priistas que se salieron del PRI ante los embates y maltratos del peñismo.
Pero, también, ambos aprovecharon su figura personal. Y en el caso de López Obrador, eso fue lo que le dio el arrastre a miles de candidatos, desconocidos en sus propias plazas, para ganar la aplastante mayoría que lo acompañó al poder.