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Morena, PAN y PRI comparten verdugos

El presidente López Obrador no es un hombre de partido; no lo fue con el PRI ni con el PRD. Y lo que hoy vemos en Morena dentro de la competencia por la dirigencia del partido es la más clara prueba.
lun 14 septiembre 2020 11:58 PM
Simpatizantes
Las corrientes en Morena han sido alentadas desde la Presidencia.

Uno de los aspectos más parecidos entre Calderón, Peña y el actual presidente es su trato a sus propios partidos una vez que alcanzaron el poder. Calderón dividió y debilitó al PAN; Peña marginó y dinamitó al PRI; y hoy López Obrador pareciera buscar la implosión de Morena.

El desprecio de los tres presidentes por los partidos políticos que los llevaron al poder ha sido evidente. Y sus consecuencias para el sistema democrático y de partidos han sido brutales. Solo usaron a sus partidos como vehículos, para después aniquilarlos.

Los casos de Calderón y el presidente son muy similares. Ambos, con sus ambiciones absolutistas de poder, necesitaban eliminar cualquier tipo de sombra o competencia a su figura de decisores. Y Peña, ignorante de las instituciones, permitió a sus cercanos descargar su odio contra el partido.

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Sin embargo, las actitudes de los tres ante los procesos de sucesión de sus partidos son totalmente distintas. Calderón y Peña mantuvieron siempre monopolio sobre la designación de los dirigentes para guiar la destrucción. Salvo en el caso de Beltrones, que hábil como es, se impuso ante Peña.

El presidente, en cambio, optó por generar vacío. En lugar de imponer dirigente, dejó libres a las corrientes internas para despedazarse y generar desde adentro la destrucción, consciente de que su movimiento está integrado por intereses particulares de contrarios, sin una visión compartida.

Y este vacío lo pensó desde el origen, en la manera que redactó los estatutos partidistas. Creó órganos autónomos de dirección que compiten entre sí, dándole la titularidad a distintas corrientes a sabiendas de que se contrapondrían una vez que él dejara la dirigencia para tomar la Presidencia.

Un Comité Ejecutivo Nacional que tiene Presidencia y Secretaría General que se eligen en procesos independientes, generando desde la máxima dirección del partido conflictos entre los dos cargos más relevantes. En lugar de generar fórmulas para equilibrar, como en los otros partidos

A la par, un Congreso Nacional cuya Presidencia también se elige en un proceso separado, y que compite en atribuciones y facultades con el Comité Ejecutivo.

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Esta organización tan sui géneris, en la que no hay una cabeza clara, generó desde el triunfo electoral importantes divisiones en la militancia de Morena a lo largo y ancho del país.

No conforme con replicar la división de órganos de dirección a nivel estatal y municipal, el presidente impuso la figura de superdelegados del gobierno federal, generando competencia insana entre éstos, los dirigentes estatales y los coordinadores de los congresos locales.

Desde que arrancó el gobierno, las pugnas entre estas tres figuras han sido no solo notorias sino comunes en todos los estados, particularmente los 18 donde Morena tiene mayoría legislativa. Adicional a la pugna natural con los gobernadores emanados del partido.

La guerra encarnizada y sin cuartel que hoy vemos en la sucesión de Morena es resultado de esta estructura, y del claro desinterés del presidente por hacer de Morena un partido institucionalizado. Su afán por hacerlo un mero pseudopartido que insiste en llamar movimiento.

Se registraron 51 candidatos a la presidencia, y otro tanto a la Secretaría General. El INE solo avaló 35 y 36. Además de la división, reflejan también el ínfimo nivel de cuadros partidistas. De todos no se hace uno, y ninguno conoce de partidos salvo dos.

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Está Gibrán Ramírez, la cara más visible del ala resentida, inmadura, soberbia, inexperta y con ánimo de revancha contra todo aquel que no se esté con la 4T. Factor de choque con los poquísimos grupos moderados o medio sensatos. De integridad pública muy similar a la de los “nefastos neoliberales”.

También está Mario Delgado, un pseudopolítico que de política sabe muy poco. Famoso por sus traiciones políticas. Soberbio y apegado a los excesos. Visiblemente incapaz de controlar a los diputados Federales; no hay manera de imaginarlo liderando a las huestes partidistas.

La aspiración de Porfirio Muñoz Ledo sorprendió. Es el único que entiende de partidos e instituciones. Dirigió al PRI y al PRD. Ha sido una voz de mesura y sensatez en la 4T. Lamentablemente, eso es lo que le impedirá llegar; además de su edad y reputación.

Yeidckol Polevnsky, actual Secretaria General, es de los personajes más leales al presidente desde que empezaron sus aspiraciones presidenciales. Conoce al partido, aunque el presidente no le ha permitido arreglarlo, además de no ser recíproco ante su lealtad y dejarla desprotegida.

De los otros aspirantes ni para qué hablar. Lo mismo sobre los aspirantes a la Secretaría General, que en su mayoría están evidentemente verdes en política y faltos de cualquier entendimiento del partido. Sólo buscan figurar para su siguiente hueso, aunque la 4T se diga distinta.

Ya hemos repetido en varias ocasiones en este espacio que el presidente no es un hombre de partido; no lo fue con el PRI ni con el PRD. Y lo que hoy vemos en Morena es la más clara prueba. Lo suyo es la trifulca y el caos, nunca la institucionalización.

Queda nuevamente evidente el profundo desprecio del presidente por el sistema democrático y de partidos, que sólo es importante cuando lo necesita para su discurso. Hoy, es claro que su único objetivo es pulverizar para mantenerse como única figura.

Lo único positivo de la guerra morenista, y de los juegos presidenciales al respecto, es que esto impide que Morena llegue firme a las elecciones intermedias de 2021. Gracias a la visible división, las dinámicas electorales locales le irán cerrando espacios el próximo año, en beneficio del país.

Lo más lamentable es ver que esta decadencia, los otros partidos siguen igual o más atarantados que cuando perdieron colectivamente en 2018. En lugar de aprovechar esta oportunidad, siguen desorientados, permitiendo que las pérdidas de Morena sean menores a lo que se podría.

Al final, queda claro que México es una tierra de ciegos donde los tuertos siguen llegando a rey.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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