Para los actuales dirigentes, y en particular para el Presidente, el gobernar, y lo cito, "es muy sencillo". Para él solamente se requiere voluntad para hacer que las cosas sucedan. Eso de los expertos y la preparación es innecesario. Con el mero impulso de su sentir es suficiente para encontrar las grandes soluciones a los problemas que otros quisieron y no pudieron resolver. Todo eso suena abrumadoramente atractivo desde el punto de comunicación, hasta que la realidad viene a estropearlo todo.
Y es que a la hora de revisar lo que un país como México requiere objetivamente. Es incuestionable que los ritmos de crecimiento, de desarrollo de infraestructura, de generación de empleo, de redistribución de nueva riqueza, de desempeño institucional, y de mejora en calidad de vida provenientes del pasado probaron ser insuficientes, pero esas limitaciones o expectativas de mejores condiciones sirvieron de base para que en la elección de 2018 sucediera lo que todos vivimos, pero dicho resultado no constituye ni generó una autorización para destruirlo todo, y mucho menos para erosionar cualquier posibilidad de mejorar las cosas. Ese no fue el mandato ciudadano de un tercio del padrón electoral que votó en favor de AMLO.
Al parecer el problema central con la actual administración es que se resisten vehementemente a comprender la complejidad de cómo administrar un país, pero sobre todo de que para lograr mejorar todos los rubros que merecen una tendencia favorable, es necesario adoptar políticas públicas rentables, eficientes y oportunas. El tratar las cosas con un simplismo exacerbado, sin apoyo en estudios serios, y alejándose de todos los expertos en cada materia, provoca varios efectos perniciosos. Nos explicamos:
Por principio de cuentas, debemos cuidar los recursos públicos del erario federal que por naturaleza son finitos. Aún en una tiendita cuando se van a tocar los fondos de la caja no se puede ir y tirar todo en algún capricho. La viabilidad de un país depende en gran medida de que exista un manejo responsable de los ingresos y los egresos de la cuenta pública. Se debe planear con cuidado en qué se va a gastar lo que se reciba, pensando que las prioridades deben ser los servicios que únicamente el Estado puede garantizar en favor de la ciudadanía, destacando los temas de seguridad y justicia. Desperdiciarlos en obras inútiles o proyectos inviables, es lo mismo que quemar el dinero y ver cómo se destruyen los sueños de, en algún momento, ver mejoría para todos.
Adicionalmente no podemos eliminar la experiencia previa de lo que no sirve. Si algo ya probó con creces que no es funcional, o que sus mejores tiempos ya pasaron, no se puede improvisar y creer que se puede hacer retroceder el tiempo y repetir fórmulas que ya no caben en nuestro mundo actual. Ir contra la corriente de la industria local y mundial, como sucede en materia energética, solamente puede generar un enorme hueco económico que hará que el impacto de la actual crisis económica se haga cada vez más grande e inmanejable. Eso es lo que pasa con todo lo que tiene que ver con la forma de conducir a Pemex y CFE en la actualidad, con el desastre que representa el darles un flujo casi infinito sin una leve posibilidad de mejora o desempeño viable. Literalmente, son hogueras de recursos monetarios que no generan sino pérdidas y obsolescencia.