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#ColumnaInvitada | El país no es una miscelánea

En ningún momento se le autorizó a AMLO destruir al país. No tiene un cheque en blanco para hacer con los recursos lo que se le pegue la gana. No puede seguir dinamitando instituciones y contrapesos.
jue 08 octubre 2020 06:20 AM
Andrés Manuel López Obrador
CRISIS. Andrés Manuel López Obrador permanece con sus mismas respuestas ante la crisis económica.

Parecería muy obvio que un país con la extensión geográfica, la dimensión poblacional, la diversidad climática, la complejidad cultural, la pluralidad étnica, las diferencias económicas, etc. como México, requiere de un muy cuidadoso sistema de evaluación y estudio para adoptar decisiones que sean consecuentes con sus necesidades y características muy peculiares.

Eso es lo que dicta el sentido común y la más elemental noción de mejores prácticas administrativas. Pero contrario a toda lógica sobre cómo conducir a la nación, las cosas en los tiempos de la actual administración federal se manejan con un sistema y ritmo totalmente distinto. Se conducen como si el país fuera una tienda en la calle, y para ello una que no es de un perfil exitoso o con una administración profesional.

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Para los actuales dirigentes, y en particular para el Presidente, el gobernar, y lo cito, "es muy sencillo". Para él solamente se requiere voluntad para hacer que las cosas sucedan. Eso de los expertos y la preparación es innecesario. Con el mero impulso de su sentir es suficiente para encontrar las grandes soluciones a los problemas que otros quisieron y no pudieron resolver. Todo eso suena abrumadoramente atractivo desde el punto de comunicación, hasta que la realidad viene a estropearlo todo.

Y es que a la hora de revisar lo que un país como México requiere objetivamente. Es incuestionable que los ritmos de crecimiento, de desarrollo de infraestructura, de generación de empleo, de redistribución de nueva riqueza, de desempeño institucional, y de mejora en calidad de vida provenientes del pasado probaron ser insuficientes, pero esas limitaciones o expectativas de mejores condiciones sirvieron de base para que en la elección de 2018 sucediera lo que todos vivimos, pero dicho resultado no constituye ni generó una autorización para destruirlo todo, y mucho menos para erosionar cualquier posibilidad de mejorar las cosas. Ese no fue el mandato ciudadano de un tercio del padrón electoral que votó en favor de AMLO.

Al parecer el problema central con la actual administración es que se resisten vehementemente a comprender la complejidad de cómo administrar un país, pero sobre todo de que para lograr mejorar todos los rubros que merecen una tendencia favorable, es necesario adoptar políticas públicas rentables, eficientes y oportunas. El tratar las cosas con un simplismo exacerbado, sin apoyo en estudios serios, y alejándose de todos los expertos en cada materia, provoca varios efectos perniciosos. Nos explicamos:

Por principio de cuentas, debemos cuidar los recursos públicos del erario federal que por naturaleza son finitos. Aún en una tiendita cuando se van a tocar los fondos de la caja no se puede ir y tirar todo en algún capricho. La viabilidad de un país depende en gran medida de que exista un manejo responsable de los ingresos y los egresos de la cuenta pública. Se debe planear con cuidado en qué se va a gastar lo que se reciba, pensando que las prioridades deben ser los servicios que únicamente el Estado puede garantizar en favor de la ciudadanía, destacando los temas de seguridad y justicia. Desperdiciarlos en obras inútiles o proyectos inviables, es lo mismo que quemar el dinero y ver cómo se destruyen los sueños de, en algún momento, ver mejoría para todos.

Adicionalmente no podemos eliminar la experiencia previa de lo que no sirve. Si algo ya probó con creces que no es funcional, o que sus mejores tiempos ya pasaron, no se puede improvisar y creer que se puede hacer retroceder el tiempo y repetir fórmulas que ya no caben en nuestro mundo actual. Ir contra la corriente de la industria local y mundial, como sucede en materia energética, solamente puede generar un enorme hueco económico que hará que el impacto de la actual crisis económica se haga cada vez más grande e inmanejable. Eso es lo que pasa con todo lo que tiene que ver con la forma de conducir a Pemex y CFE en la actualidad, con el desastre que representa el darles un flujo casi infinito sin una leve posibilidad de mejora o desempeño viable. Literalmente, son hogueras de recursos monetarios que no generan sino pérdidas y obsolescencia.

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Tampoco podemos pensar que vivimos en una isla ajena a todo lo que pasa en el mundo. Nuestro país, les guste o no, está integrado a las cadenas comerciales en otros países. La vocación natural es la de aprovechar nuestra posición geográfica privilegiada para maximizar resultados y prosperidad. El cerrarnos y vernos al ombligo es inaudito porque refleja una enorme incompetencia, y un grado de soberbia imperdonable. No se puede pensar en un México que se aparte de los estándares de competitividad, sustentabilidad y rentabilidad que rigen en el resto del mundo. Si México no ofrece condiciones para ser un buen anfitrión de inversiones, las mismas se seguirán yendo a otras latitudes.

Los cambios tecnológicos no son meros accidentes. El mundo actual se entiende solamente en base a la evolución de la ciencia, el uso incremental de herramientas de inteligencia artificial, la digitalización comercial y de servicios, el internet de las cosas, y cambios de fondo en las formas de trabajo remoto. En general, se trata de ver cómo la ciencia entra de lleno para sortear las necesidades de una sociedad cada vez más compleja e interdependiente. Cuando en México se nos dice que educarse en el extranjero es innecesario, que la tecnología del trapiche es admirable, y que se puede vivir con un bienestar emocional, sabemos que estamos en serios problemas de simplemente quedar fuera de cualquier progreso y condenarnos a un retraso y rezago generacional. México debe apostar decididamente a convertirse en un polo de investigación y desarrollo de talla mundial. Cualquier cosa menos es incompatible con la idea de que nuestro país llegue a tener vanguardia en las actividades económicas en las que se puede dar el gran crecimiento de empleos permanentes y bien pagados.

La sustentabilidad de nuestra nación es igualmente un compromiso que es básico para lograr un país viable en los años por venir. Hoy en día escuchar que en lugar de avanzar al uso generalizado de gas natural y de energías renovables, ahora estamos invirtiendo en la compra y quema de carbón y combustóleo, es lo mismo que si quisiéramos utilizar en nuestra vida diaria teléfonos celulares como los que había hace 10 o 20 años. Eso no sirve, y lo que está haciendo en materia energética tampoco. No cuidar nuestro ambiente es equivalente a un suicidio colectivo.

Si de abatir la pobreza se trata, no hay otra forma más que combinar eficientemente variables de trabajo, salud y educación. Es solamente ensanchando la clase media que se puede hablar de un resultado tangible y exitoso en la materia. No hay de otra, o se incrementan las filas de una clase en la que hay realmente una mejora visible de su calidad de vida y desarrollo, o se está en una tarea demagógica de no reconocer que las decisiones adoptadas en materia económica son en el mejor de los casos no rentables, y en la mayoría desastrosas. Hasta ahora la frase de "primero los pobres", en los hechos solamente se entiende como una definición de cómo hacer que haya más personas en las filas de los que menos tienen, cifra que ya es mayor que al principio del sexenio en 2018.

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Asimismo, el Estado no puede marginarse de sus obligaciones básicas, dentro de las cuales el proveer seguridad pública, seguridad nacional y seguridad jurídica son críticas. Sin estos elementos, que no se pueden proveer por los particulares, todos los demás elementos palidecen porque el ejercicio completo se cae por inviabilidad estructural. Si la población no puede salir a la calle, no puede trabajar, y ni siquiera puede generar negocios sin estar expuestos a violencia e inseguridad extrema, pues entonces queda claro que el Estado mexicano no cumple con sus obligaciones indispensables. Hoy la 4T no está generando seguridad en ninguna de las variantes citadas.

Por todo lo anterior es que no podemos perder de vista lo que un país como México requiere para convertirse en un caso de éxito. Hoy no nos dirigimos a ese destino sino al opuesto exacto. Nunca en los últimos 100 años hemos estado tan mal. Algunos hablan de que estamos por ver a los 4 jinetes del Apocalipsis (por faltas de seguridad, trabajo, salud y estabilidad financiera).

El grave problema es que nada de lo que hasta ahora hemos expuesto parece perturbar o impactar a AMLO y su equipo. No, para él y ellos la perseverancia en sus planes debe ser absoluta porque cualquier variación implica una flaqueza en su destino, cuando lo que más se requiere es hacer un alto en el camino y repensar todo. Cuando esto no sucede la conclusión es que no hay una mala racha, sino una visible mala fe en que realmente se pretende quebrar al país y así multiplicar a los pobres y sujetarnos a todos a un régimen de sujeción presupuestal permanente.

Pero México no puede resistir estos embates al infinito. De hecho la irresponsabilidad con la que se conduce al país en lo general ha provocado que estemos en la antesala de una enorme crisis, y el actual gobierno federal ni se inmuta porque al parecer su preocupación es solamente la de generar distractores, no parar en sus proyectos insignia, y a como dé lugar ganar las elecciones intermedias en 2021.

Así es como están las cosas en el país y por ello la ciudadanía debe abrir los ojos en lo general para apuntar las baterías hacia las opciones electorales que el siguiente año ofrezcan los planes de trabajo, los compromisos y las acciones compatibles y coincidentes con lo que la ciudadanía requiere para que el país tenga un nuevo futuro con prosperidad, justicia, equidad, paz, trabajo, educación, cultura, seguridad, sustentabilidad y oportunidades. Ese país no es del pasado, pero sí puede ser del futuro en base a lo que hagamos en el presente. La ciudadanía exige y no puede ser de otra manera.

Por ello es que nos debemos resistir ante la idea de que AMLO está haciendo lo que prometió en campaña. En ningún momento se le autorizó destruir al país. No tiene un cheque en blanco para hacer con los recursos lo que se le pegue la gana. No puede seguir dinamitando instituciones y contrapesos. Mucho menos puede ignorar los derechos humanos fundamentales y libertades que la Constitución consagra. En resumen, no se puede administrar a México como si fuera una miscelánea, porque nunca lo ha sido, no lo es hoy, y esperemos no lo sea nunca, a pesar de los intentos sistemáticos de la 4T por demostrar lo contrario.

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Notas del editor: Juan Francisco Torres Landa es Miembro Directivo de UNE.

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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