El polémico contagio que sufrió de COVID-19 se ha convertido en un debate, incluso entre los mismos republicanos. ¿Fue una estrategia electorera o fue una humillación del destino en su contra por menospreciar al virus en repetidas ocasiones?
Haya sido, como haya sido, Trump está entre las cuerdas y recibe cada día un golpe más artero por parte de su contrincante, que va consolidando su liderazgo en estados claves, tales como Florida, Texas, Arizona y Colorado, que definirían el triunfo demócrata. La noche se hace cada vez más oscura para el presidente más polémico que ha tenido Estados Unidos.
La arrogancia, prepotencia y soberbia que ha demostrado por los últimos cuatro años no ha menguado; el hecho de haberse retirado la mascarilla al llegar a la Casa Blanca, demostró que no se rendirá fácilmente. En los siguientes días se avizora una batalla sangrienta, un pesado arsenal que utilizarán las huestes republicanas en contra del candidato demócrata.
Entre esos dardos de fuego, podría estar un tema demasiado escabroso y negativo para nuestro país: La relación amistosa entre López Obrador y Donald Trump.
Y debemos remontarnos a aquel extraño momento del pasado julio, cuando Trump recibió con bombo y platillos a su homólogo mexicano, a quien ha llamado incluso “ su amigo, Juan Trump ”.
López Obrador cumplió ese compromiso con cierta decencia; sin embargo, se subió inevitablemente al barco trumpista, pues la visita, más allá de un acto protocolario, se convirtió en un espaldarazo al republicano; un evento que los demócratas despreciaron y ocasionó el rompimiento de las relaciones entre el partido político que había luchado por años a favor de los migrantes y del T-MEC, y en cambio, recibía como respuesta una ofensa política que no olvidarán fácilmente.