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El costo de la lealtad

¿Cómo explicar el viraje de un movimiento que en la oposición hizo de la honestidad su principal bandera, pero ahora que está en el poder ha hecho de la lealtad su principal divisa?
mar 29 septiembre 2020 11:59 PM
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El presidente ha buscado premiar la lealtad de sus colaboradores.

¿Qué tiene de honorable la lealtad a un gobernante cuyas decisiones destruyen a la República? ¿Cuánta grandeza hay en guardarle fidelidad a una figura que manda a punta de improvisaciones, caprichos, revanchas y provocaciones? ¿Cómo justificar moralmente la adhesión a un líder que, por un lado, presume que sus políticas se basan en buenas intenciones morales, pero, por el otro, incurre en la inmoralidad de no hacerse responsable de los resultados contraproducentes de dichas políticas?

¿Y en qué le ayuda al país que en su fuero interno o en privado sus adeptos reconozcan, en efecto, que López Obrador está resultando ser un pésimo presidente, si ese reconocimiento no hace alguna diferencia práctica, si solo se trata de un ejercicio de sinceridad o desahogo, si no tiene una traducción o efecto público?

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La lealtad quizá sea una cualidad que les sirva a los políticos en sus intrigas palaciegas o disputas partidistas, para cerrar filas en torno a un conflicto, para congraciarse con determinados grupos o intereses o para ganarse la confianza del mandamás en turno. No es un atributo, sin embargo, que les sirva a los ciudadanos. No les sirve que los funcionarios públicos procuren demostrar lealtad antes, por ejemplo, que capacidad, integridad o sentido de la realidad. No les sirve tampoco que sus gobernantes les demanden lealtad a ellos para escuchar sus reclamos o atender sus demandas, que por lealtad les exijan sacrificar su autonomía o defender algo indefendible.

La lealtad es un concepto que se presta mucho para el abuso, un fenómeno que muy rápidamente puede degenerar en chantaje, complicidad o negligencia.

La devoción que Irma Eréndira Sandoval le profesa al presidente no significa nada en términos de su competencia para combatir la corrupción. La respuesta a la epidemia no es más eficaz gracias al ferviente lopezobradorismo de Hugo López-Gatell. Que Arturo Herrera acate cualquier ocurrencia de López Obrador no contribuye a la recaudación fiscal ni a la calidad del gasto. La disposición a obedecer la instrucción presidencial de desaparecer los fideicomisos, a sabiendas de que el daño que provocará dicha medida será infinitamente mayor que sus beneficios, no hace a Mario Delgado un mejor representante popular. Que Claudia Sheinbaum emule la retórica de Palacio Nacional respecto al movimiento de las mujeres, insinuando que está infiltrado o que lo financian intereses opuestos a la autodenominada “cuarta transformación”, no representa ningún avance para la ciudad de México.

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Es interesante que un movimiento político que desde la oposición había hecho de la honestidad su principal bandera, ahora que está en el poder haga de la lealtad su principal divisa. ¿Cómo explicar ese viraje? No es casualidad que buena parte de los colaboradores que le han renunciado a López Obrador lo hayan hecho con argumentos que implican, velada o explícitamente, ponerle un límite a lo que estaban dispuestos a hacer o a tolerar en nombre de la lealtad al presidente. Y tampoco es accidental que el propio presidente insista en desestimar dichas renuncias, o incluso descalifique a quienes las presentaron, sin hacer el esfuerzo de habérselas con sus causas ni acusar recibo de sus razones. El mensaje es prístino: para quienes se van, en el pecado llevarán la penitencia; para quienes se quedan, ya saben lo que les pasa a los que se van.

La lealtad a la democracia es una virtud, pero la lealtad en sí misma no es una virtud democrática.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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