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Se disfrazarán de ciudadanos

La clase política se apuñalará ante nuestros ojos y luego tratará de disfrazarse de “candidatos ciudadanos” para ganar nuestro voto. No más.
lun 24 agosto 2020 11:59 PM
Recursos a campañas política
Los partidos se mantienen en la relación de dinero y votos.

Esta semana ha sido solo una probada de lo que será la política mexicana por los próximos años. Quienes se beneficiaron de Odebrecht, y de otros actos de corrupción, actuarán tal y como han actuado quienes se beneficiaron del mismo esquema de corrupción en otros países latinoamericanos. Al verse incriminados, intentarán negarlo. Cuando negarlo sea imposible, incriminarán a otros.

Emulando la historia que hemos visto en múltiples países, la clase política se descoserá como quien desgaja un mantel tirando la hebra de un hilo. Habrá pocos que queden en pie. Hay pocos que no tienen cola que les pisen.

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En un grito desesperado, antes de terminar de deshilarse, la clase política probablemente intentará como su último recurso disfrazarse de “ciudadana”. Impulsarán a “nuevos liderazgos” que sean caras nuevas, pero que sigan el mismo guion de siempre: apalabrarse con los poderosos para regresarles favores cuando ganen cargos públicos.

Tratarán de cambiar la forma en la que se presentan, dirán que son nuevos, dirán que provienen de la política local. Sin embargo, tendrán detrás a los mismos asesores, los mismos intereses, las mismas estrategias de mercadotecnia.

Rescatar a México de esta clase política que decidió corromperse, ya sea para ganar elecciones, para enriquecerse o las dos, requiere estar atento a sus intenciones de disfrazarse.

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La clase política mexicana actual es el resultado de un largo proceso de descomposición que comenzó antes de que el PRI perdiera la Presidencia hace 20 años. La descomposición comenzó cuando la oposición se dio cuenta de que era más fácil ganar una elección cuando se gastaba mucho en publicidad. Y cuando el PRI se dio cuenta de que era más fácil quedarse en el poder cuando gastaba mucho.

Así, todos los partidos, cualquiera que quisiera ganar, se enfrentaban a la disyuntiva de jugar limpio, y arriesgarse a perder, o jugar chueco y aumentar sus probabilidades de ganar. Para que el PAN ganara elecciones surgieron canales como Amigos de Fox. Para el PRI, existían recursos de paraestatales como Pemex. Cada partido encontró su nicho.

Es por ello que la democracia electoral mexicana se inauguró como un juego muy caro. Uno que requería, no solo un financiamiento público extremadamente generoso, sino muchos millones más por debajo de la mesa. Los millones venían de contribuciones hechas por privados a cambio de futuros contratos públicos, o esquemas de corrupción que involucran malversaciones de recursos públicos.

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No importa de qué partido, todos nuestros gobernantes sabían esto, y habían tomado la decisión consciente de ignorarlo. O de pretender que se hacía algo para terminar con estas prácticas electorales. Se crearon organismos de fiscalización federal que reportaban afectaciones millonarias a la hacienda pública pero que rara vez terminaban en sanción. A nivel local, los auditores eran en múltiples ocasiones una broma. Cuando había castigo, las multas a los partidos políticos eran inferiores a los beneficios de haber violado las regulaciones.

No basta con reformar las instituciones de fiscalización para ampliar sus mandatos y demandar mejores resultados. Es momento de como ciudadanos demandar una reducción drástica del dinero en las campañas. Es ridículo que, en un país donde la pandemia ha desnudado la falta de recursos, los únicos que siguen teniendo millones para gastar en superficialidades son los partidos políticos.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única de la autora.

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