A continuación, cinco minutos de furia. Los pasajeros golpean al ladrón y, quizá sin tener plena conciencia de lo que dicen, le reclaman airados e indignados. “¡Pinche ratero culero!”, le grita uno, mientras lo golpea en el piso. Llueven profanidades, patadas y jalones.
“Ah, pero venías bien león, ¿no?”, dice un pasajero. “Para que sientas lo que sentimos”, dice otra persona, con la voz temblando de hartazgo y coraje.
La escena completa es una desgracia. Lo es por el ladrón, que comete un crimen seguramente por necesidad. Esto no implica disculparlo, pero sí exige entender a fondo las razones detrás de su conducta. No atraca por maldad, solamente. Algo lo llevó a esa vida de crimen.
Sobre todo, claro, la escena es una tragedia porque revela la desesperación inaudita de los pasajeros, quienes, como el propio ladrón sugiere, “ya se la saben”. ¿Cuántas veces habrán vivido algo similar, en esa ruta Texcoco-Lechería u otra diferente? Muchas.