Habrá partidarios que interpreten ese dato como una prueba de la esperanza que todavía inspira López Obrador, como una demostración de que el respaldo democrático de sus 30 millones de votos sigue vigente. Y habrá detractores que lo interpreten como una señal de que la mayoría de los mexicanos no quiere habérselas con el rumbo por el que su presidencia encamina al país, como una muestra de que muchos prefieren seguir creyendo en la narrativa de la autodenominada “cuarta transformación” que caer en la cuenta de sus resultados.
Más allá de los aciertos o defectos de una u otra interpretación (y del curioso hecho de que no sean del todo incompatibles), postulo una tercera hipótesis: que la estabilidad de la aprobación del presidente en lo que va de la emergencia sea testimonio no tanto de la legitimidad que aún conserva, ni de que buena parte de los mexicanos esté en negación sobre su gobierno, sino de la desazón creada por la propia emergencia y de la falta de oposiciones viables. Me explico.
Responder “apruebo” en una encuesta no dice nada sobre las causas ni la historia detrás de esa aprobación. Que en un contexto de adversidad alguien reafirme determinada preferencia política no necesariamente significa que mantenga una convicción o creencia intacta respecto a dicha preferencia, que no esté consciente de sus fallas o déficits. Puede significar otras cosas.
Por ejemplo, que no hay condiciones para que cambie de preferencia, que permanece en la misma porque no tiene, no percibe que tenga, mejores opciones. Pasa todo el tiempo. Hay seguidores de tal o cual equipo deportivo que no dejan de apoyarlo aunque tenga una pésima temporada, o incluso varias al hilo. Hay parejas que permanecen juntas a pesar de llevar mucho tiempo sin estar realmente bien. Hay gente a la que no le gusta su trabajo pero no por eso renuncia a él. No es absurdo, es difícil. Pueden sobrar motivos para irse; sin embargo, a veces las personas se quedan porque la situación es complicada y no tienen a dónde más ir.