La vieja manera de hacer política ya no funciona. Hay que entenderlo. Se necesitan nuevas propuestas, frescas, distintas, creíbles, empáticas, sinceras, honestas, liderazgos fuera de la caja. Uno de los cambios acelerados tiene que ser surgimiento de una nueva política que una, que entienda, que escuche, que sienta, que resuelva, que se reivindique, se pruebe y se muestre en los resultados, no en las narrativas. Que refleje las nuevas características, deseos, aspiraciones, exigencias y organización de la sociedad.
La tolerancia y la paciencia ciudadana están cada vez más agotadas, cada vez más desencantadas. Si la política no resurge para atender las genuinas demandas de una sociedad que ya no es la misma del siglo pasado, ni si quiera la de antes del Covid, las placas tectónicas entre sociedad y gobierno se desajustarán cada vez más, abriendo la puerta a tensiones escaladas, confrontaciones, violencia, uso de la fuerza y todo lo demás que surge en el círculo vicioso de la pérdida de confianza en la política, en los acuerdos, en los centros, en la verdadera esperanza en las reales expectativas de un futuro mejor.
O renovamos votos sociedad y gobierno usando los buenos oficios de una nueva buena política en la que todos podamos creer y confiar, o le agregaremos un combustible peligroso al mundo volátil e incierto en el que estamos inmersos.
Se trata de una transformación profunda y estructural que requiere un alto nivel de conciencia entre los actores. No será fácil. No se dará por solo pedirla y ponerle algo de voluntad. Este será -ojalá- uno de los cambios más estructurales de esta época y más necesarios para una verdadera evolución humana.
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