En lo político, la principal lección ha sido tratar de entender al actual gobierno. Se le critica por lo que hace u omite; destacadamente por lo confuso de sus decisiones, por lo inacabado de sus planteamientos y por la permisiva justificación de sus yerros.
Un día, el mandatario federal reconoce que lo primero es cuidar la economía “del pueblo”, pero al día siguiente decreta que no apoyará a las empresas, que son el medio para conservar y fomentar los empleos. El argumento de dicha medida es que esta administración “ya no es como las de antes”. Entonces, se piensa en ofrecer apoyos directos, bajo la lógica interesada de más apoyos consiguen más clientelas y no bajo la prioridad de más empresas es igual a más empleos.
Hasta la fecha, nuestro gobierno no ha admitido públicamente que esta epidemia tendrá consecuencias catastróficas en lo económico (de dimensiones no conocidas) –y no por el desempeño del gobierno mexicano, pues el desastre será global; puede estar actuando en la estrategia de no fomentar el temor y así una mayor depresión de la economía, pero también para no tener que aceptar el fracaso de su gestión por la inacción y la no efectividad de sus decisiones.
Así, en medio de la epidemia, de la sana distancia, del desempeño del gobierno, del registro de cifras de casos, del incremento de decesos, del porcentaje de disponibilidad hospitalaria, de las noticias de familiares y amigos que se contagian o se arriesgan a contagiarse por salir a la calle a continuar trabajando para poder seguir generando ingresos, en medio de todo eso nos quedamos 70 días encerrados con nuestras preocupaciones y batallas; batallas que tienen como común denominador: “quedarse en casa”.