Esto se debe, fundamentalmente, a dos razones: en primer lugar, el gasto público es muy pequeño en comparación al de los países de la OCDE. A manera de ejemplo, en promedio, los países de la OCDE destinaban en 2018 un 6.6% del PIB al gasto público en salud, mientras que en México solo un 2.2%.
En segundo lugar, existen conceptos de gasto que benefician más a los mexicanos con ingreso alto que a los que tienen ingreso bajo, como el caso del gasto en educación pública superior o el gasto en pensiones, que benefician principalmente al 20% de mexicanos con más ingreso.
Finalmente, es importante preguntar qué nivel de igualdad es deseable. Las visiones más extremas son, por un lado, que todos percibamos el mismo ingreso y, por otro, que no exista mecanismo público de redistribución y cada uno reciba lo que puede ganar en el mercado.
A mi parecer, la virtud se encuentra en el punto medio, que Norberto Bobbio describe así: “En sociedades donde la mejora económica dependa del mérito y/o el esfuerzo y donde exista igualdad de oportunidades, que no se discriminen ni en función del sexo, raza, clase social o credo, las desigualdades económicas no deben ser causa de malestar ni preocupación”.
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Nota del editor: el autor es secretario académico de la Escuela de Gobierno y Economía de la Universidad Panamericana. Premio Nacional de Administración Pública (INAP) 2003.
Twitter: @AntonioS_Andreu
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