La chispa de su movimiento no es resultado de una borrachera ideológica sino de una sobria rebeldía contra una normalidad que resulta, que debería resultar, insoportable. Pero a la que poco a poco –¿por indiferencia?, ¿por ignorancia?, ¿por impotencia?– nos hemos ido acostumbrado. Una normalidad donde diez mujeres son asesinadas cada día. Donde dos de cada tres mayores de quince años han sufrido algún tipo de violencia (emocional, sexual, física o económica). Donde durante la última década la tasa de homicidios contra mujeres de entre 20 y 35 años se ha triplicado. Donde en 2019 el delito con el porcentaje más alto de carpetas de investigación iniciadas a nivel nacional fue “violencia familiar”. Una normalidad donde ni siquiera existe una política deliberada para generar conocimiento accionable sobre los feminicidios: no hay procedimientos de registro homologados, no hay garantías de acceso a la información, no hay datos suficientes ni realmente confiables que permitan elaborar un diagnóstico puntual del fenómeno, ni tampoco que sirvan como insumo para diseñar políticas públicas específicas con el fin de prevenirlo y de mermar la impunidad que lo caracteriza ( https://bit.ly/38B25tu ). ¿Rebelarse contra semejante normalidad las hace “radicales”, como dice cierta derecha, o “conservadoras”, como dice López Obrador? Tal vez ambas cosas. Porque en un entorno tan aberrante, parafraseando una definición clásica del feminismo, han hecho suya la noción radical de querer conservar sus vidas.
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Anteayer se hicieron visibles marchando en las calles; ayer, guardándose en sus casas. El contraste fue, a la par, emblemático y abrumador. Su presencia impuso, su ausencia increpó. Pero con una y otra también hicieron visible que no todas están en condiciones de ejercer los privilegios de la protesta y el paro. Porque no todas están igual de empoderadas, no todas tienen la misma capacidad efectiva de decidir, de negociar o exigir. Aunque la causa de género pueda unirlas, la desigualdad las sigue separando. Todas pueden padecer discriminaciones o violencias por ser mujeres; sin embargo, por diferencias de clase no todas padecen las mismas ni las padecen igual. El riesgo no está distribuido aleatoria ni equitativamente, los contextos importan ( https://bit.ly/39COlQv ). Por eso, como argumenta Mónica Orozco, “mientras no transformemos las estructuras económicas no podremos transformar las estructuras sociales” ( https://bit.ly/3aSoynF ). Esta lucha, en otras palabras, no es solo por la igualdad de algunas; es, tiene que ser, por la emancipación de todas.