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#ColumnaInvitada | El México del que tenemos que hablar

Las mujeres nos están dando una enorme lección de que sí es factible ser contrapesos y generar las condiciones para que los temas no se sigan ignorando convenientemente.
sáb 07 marzo 2020 07:00 AM
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Juan Francisco Torres Landa R. es miembro del Comité Directivo de UNE México.

Es increíble que en un país en el que tenemos antecedentes históricos formidables sobre desarrollo cultural, turístico, histórico, gastronómico, y de muchas otras índoles, sigamos no obstante tan retrasados en algunos rubros que nos recuerdan las enormes carencias de las que lamentablemente aún somos partícipes y víctimas. En esta entrega, me quiero concentrar en un tema, no porque esté en boga, sino porque es lacerante e indispensable dar con la raíz para no seguir viviendo la vorágine que hoy lamentablemente nos aborda. Y me refiero puntualmente a la violencia de género.

Estamos en un momento de grandes definiciones. Si bien es cierto se ha hablado mucho respecto a la potencia que tiene nuestra sociedad en cuanto a posibilidad de cambio, particularmente por el tema de alternancia política y ajustes por la vía electoral, por otro lado hemos tenido un nulo aprendizaje y diría yo más bien un deterioro consistente en lo que se refiere a protección del sector poblacional más débil de nuestra sociedad. Y digo débil no porque sean frágiles per se, sino porque históricamente han sido vulneradas, con una violencia que se tolera desde pequeñas, desde el hogar, desde la escuela, desde la calle, desde el trabajo, y lamentablemente desde las instituciones. Es por eso que el problema es tan severo y tan complejo solucionarlo.

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Algunas cifras que nos dejan perplejos respecto a lo que está sucediendo a nuestro alrededor son, justamente, cómo se vive esa violencia en nuestro día a día. Ya sabemos que nuestro país vive una ola encarnizada de homicidios dolosos, los que tristemente cifran 100 cada día y de esos al menos 10 son de mujeres. Pero lo grave en el caso de los feminicidios es que no es solamente la privación de la vida, sino que el motivo determinante de ese acto de privar a alguien de su existencia tiene como ingrediente fundamental el que hay un desprecio vertebral, ya que el motivo determinante del delito es por el sólo hecho de ser mujer lo que incomprensible e irracionalmente motiva esa actuación por parte del agresor.

Quizá más doloroso lo es el que en la enorme mayoría de los casos la violencia contra la mujer, resulte o no en la pérdida de vida, tiene como su origen una persona ubicada en el círculo cercano a la víctima. Es decir, que normalmente se trata de personas como el padre, el padrastro, los hermanos, los primos, los amigos, los conocidos, los vecinos, y en general personas con las cuales la víctima tuvo un contacto de una u otra forma. Esa circunstancia hace más vulnerable a la víctima porque en la mayoría de las ocasiones no pudo haber previsto o prevenido el ataque respectivo (por lo menos en la primera ocasión, y luego la cercanía sirve como elemento disuasivo de generar una denuncia ante repetidas agresiones). Es esa alevosía y ventaja de los victimarios que los hace doblemente responsables de los ataques de género, mismos que han llegado a niveles insospechados de crueldad, violencia y abuso.

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Duele reconocer que como sociedad casi nada hemos hecho en esta materia. Destacan las omisiones en factores tan importantes como la prevención, la capacitación de nuestras autoridades para atender puntualmente estos casos, la instalación de protocolos y cursos específicos en nuestras escuelas para alertar a nuestras mujeres desde temprana edad respecto a los riesgos que corren. Sobresale igualmente un trabajo muy deficiente en nuestro órganos de procuración de justicia que hoy están rebasados en muchos aspectos y muy particularmente en no atajar estos delitos que se suman a la trágica cifra de impunidad que roza ya prácticamente el 100% ante la incapacidad de contener, investigar, procesar y sancionar.

Los casos de Fátima, Ingrid, y otras tantas de las víctimas recientes, no son sino el fiel reflejo de un muy lamentable deterioro permanente en la calidad de seguridad y protección a la que ese sector, que representa más del 51% de la población, hoy no está representada ni debidamente protegida ni en las leyes ni en los hechos. Nuestros legisladores se han cansado de la retórica consistente en aumentar penas o dictar pronunciamientos de rechazo. Sin embargo, no se han ocupado realmente de ir por las causas que podrían dar al traste con los incentivos reales para que este lastre enorme en nuestra sociedad encontrare un resultado diferente.

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Y no lo han hecho porque tienen un desconocimiento estructural de los fenómenos que lo originan y también porque existe una pereza de realizar aquellas acciones que han sido plenamente identificadas, pero que requieren de un largo aliento para dar resultados. Nuestra clase política es claramente cortoplacista y con una mentalidad de rentabilidad electoral. Lo usual es que en estos temas se requieran esfuerzos de largo aliento que muy probablemente en su mente deriven un reconocimiento para autoridades en otra etapa de gestión que no sea la suya. Es por eso que muchas de las acciones que son obvias y necesarias no se realizan porque primero está su deseo inmediato de obtener un nuevo triunfo electoral que accionar para que eso suceda cuando otros ocupen los cargos respectivos. De ese tamaño es la miseria y la mezquindad de quienes deben realizar estos cambios que son los que son realmente necesarios para encontrar un nuevo derrotero.

Estamos en una situación en donde ya no podemos darnos el lujo de voltear a otro lado. Afortunadamente, las mujeres han dado un vuelco de ser intolerantes ante tantos ataques y desprecio por su vida. Nos están dando una enorme lección de que sí es factible ser contrapesos y generar las condiciones para que los temas que son necesarios abordar no se sigan ignorando convenientemente.

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El domingo 8 de marzo próximo saldrán a las calles para demostrar su rechazo ante esta situación que es reversible si existe la voluntad de hacerlo y el lunes 9 de marzo van a ausentarse por completo de la vida pública, en trabajo, escuela, transporte, comercios, etc. De tal suerte que la sociedad sienta el impacto de lo que es su aportación a la vida diaria de todos los demás y que por lo mismo se aprecie el valor brutal que lamentablemente muchas veces pasa desapercibido.

La esperanza de muchos es que el 10 de marzo nos amanezcamos con un cruda moral insostenible que haga que aquello que no se ha discutido suficientemente y no se ha querido cambiar ya no se pueda quitar del tintero. La discusión política no admite demora después de ésta que será seguramente una manifestación ejemplar por la vía pacífica para reencontrarnos como sociedad en un ámbito de mayor justicia, honorabilidad, sensibilidad y honradez.

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Estamos seguros de que en ese nuevo camino todos quedaremos involucrados y comprometidos. Quien no lo hiciera así estaría faltando seriamente a su obligación como ciudadano y habitante de este país. No importa qué puesto ostente o en qué cargo se desempeñe, todos los mexicanos debemos colaborar para una nueva realidad en la que realmente se respire una calidad de vida distinta, libre de violencia y de vejaciones.

En el fondo de lo que se trata es de lograr que en nuestra sociedad no exista distinción alguna en la aplicación de la ley en función del género, etnia, preferencias sexuales, condiciones económicas, ubicación geográfica, edad, religión, profesión, o cualquier otro rasgo personal. Es la igualdad ante la ley, en este caso tratándose de mujeres y niñas. ¿Es mucho pedir? Me parece que no, y sin embargo con los pies en la tierra tenemos que reconocer que estamos lejos de dichos objetivos.

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En nosotros reside construir ese tan deseado futuro. De no hacerlo probablemente deberemos perder la esperanza de un país con el más mínimo sentido de tranquilidad y paz para sus habitantes, particularmente para las mujeres que merecen eso y más. Desde ahora nuestro más grande reconocimiento a ellas por lo que han germinado en estos días y nuestra exigencia absoluta que nadie se margine de esta nueva realidad que encierra un pacto social distinto e inaplazable. A los hechos nos remitiremos para juzgar la actitud de todos los actores de los distintos poderes de la unión y los tres niveles de gobierno. De esta ecuación y la necesidad de actuar nadie se escapa. Nadie. No hay tiempo que perder. Hechos son amores.

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Notas del editor: Juan Francisco Torres Landa es secretario general de México Unido Contra la Delincuencia y socio del despacho Hogan Lovells BSTL.

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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