Una vez más una imagen del horror, como tantas otras del México de nuestro tiempo. Pero esta, a diferencia de otros retratos de nuestra degradación, nunca debió aparecer. Ésta, la del cuerpo desecho de una joven mujer asesinada por su pareja, nunca debió ver la luz. Nunca debió aparecer en redes sociales. Nunca debió perseguirnos entre pesadillas. Nadie, nunca debió verla. Y todo eso es verdad. Pero ocultar la imagen, guardarla en el baúl de los horrores, no borra la tragedia original. Porque, aunque es absolutamente cierto que difundir la fotografía supone un abuso repugnante –un feminicidio después de un feminicidio en el horrendo Coliseo del morbo en el que nos hemos convertido– la verdad es que el horror mayor es el hecho original: la muerte injusta y horrenda de Ingrid. Y sus detalles. Los celos, el alcohol, la agresión, la impunidad, la locura, el delirio homicida.
#LaEstampa | La imagen del horror
El hombre narrando tranquilamente su atrocidad. Y esa otra cosa que insistimos en dejar de lado, porque así nos conviene, porque quizá nos deja más tranquilos. Ese hombre horrendo y ensangrentado que mató a Ingrid es uno de nosotros.
Caminaba por las calles de la gran ciudad, tenía un trabajo, era (y es) un mexicano. Como tantos otros protagonistas de nuestra desgracia, ese hombre era uno de nosotros. No es ajeno, no es de otro sitio. Es de estos lares. Es nuestro.
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Y eso nos obliga a una reflexión inmediata. ¿Qué sucede en México que un hombre puede caer en una espiral de violencia de ese calibre, en un apartamento cualquiera, en un sitio como tantos otros, en la capital mexicana? ¿Qué pasa en México que algo así puede ocurrir? ¿Y qué sucede en México que las imágenes de su crimen encuentran un foro – y una audiencia – en cuestión de segundos, sin pudor ni decencia?
Lo que pasa es una podredumbre, una degradación. Y ambas cosas son nuestras. No se quedan en ese apartamento del horror donde murió Ingrid. Están entre nosotros.
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