Tres acontecimientos recientes han logrado disputarle espacio mediático al presidente y colocar en la agenda pública temas que no le son particularmente favorables a su gobierno. Los acontecimientos son el movimiento encabezado por Javier Sicilia y Julián LeBaron; las protestas de los padres a cuyos hijos, que requieren atención médica especializada, la salud pública no les está respondiendo; y las acciones de la Guardia Nacional para detener a las caravanas de centroamericanos que cruzan a territorio mexicano. Los temas son seguridad, salud y migración.
Por un lado, cada uno de esos temas implica un imperativo moral que pone a prueba el compromiso, tanto de las autoridades como de la sociedad mexicana, con poblaciones altamente vulnerables. Ya sean las víctimas de la “guerra”, los niños enfermos de cáncer o los migrantes que huyen de la violencia y la falta de oportunidades. Pero, por el otro lado, cada tema entraña también una dimensión estratégica de enorme complejidad. ¿Cómo hacerles justicia a las víctimas sin entrar en conflicto, por ejemplo, con las fuerzas armadas? ¿Cómo reformar todo lo que no sirve del sistema de salud sin sacrificar lo que sí funciona, cuando además escasean recursos financieros y capacidades técnicas? ¿Cómo conciliar las presiones de los flujos migratorios en la frontera sur con las presiones de Donald Trump en la frontera norte?