La suya ha sido una carrera boyante, estelar. Con todo el reconocimiento, el prestigio y los honores posibles. Además, su investigación ha tenido también mucha influencia “fuera” de la academia. Encabeza uno de los mayores laboratorios de combate a la pobreza en el mundo (el Abdul Latif Jameel Poverty Action Lab en MIT, mejor conocido como J-PAL), ha realizado más de 750 experimentos y actualmente asesora a más de 20 gobiernos.
Sin embargo, a pesar de todos esos logros y homenajes, en contraste con la arrogancia que en demasiadas ocasiones se apodera de los economistas más encumbrados, de los tecnócratas que ofrecen no tanto soluciones específicas para problemas concretos sino recetas de talla única para problemas muy disímiles, o de los líderes políticos que tienen complejo de infalibilidad, una de las principales virtudes del trabajo de Duflo está en su poderosísima modestia. En aceptar que las grandes preguntas a veces sólo admiten pequeñas respuestas. En advertir que la posibilidad de generar conocimiento reside en la capacidad no de afirmar certezas sino de formular dudas.
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Duflo se ha acercado al tema del combate a la pobreza convencida de que el insumo fundamental de la política social no pueden ser las convicciones de los gobernantes sino el comportamiento de los gobernados. Las mejores intenciones o la autoridad moral de los políticos son irrelevantes o, mejor dicho, no son lo que importa cuando de lo que se trata es de diseñar políticas públicas que hagan diferencia, que tengan un efecto positivo, sobre el bienestar de las personas y sus perspectivas en el largo plazo. Las investigaciones de Duflo, en ese sentido, se alejan de cualquier ortodoxia ideológica para decantarse por una vocación decididamente pragmática: la de los métodos experimentales y la política basada en evidencia.