Bartlett descalifica la crítica como quien quita migajas del mantel con un latigazo del dedo índice. La edad no le ha quitado ponzoña. Es, en suma, el extremo del priismo. Por todo esto resulta incomprensible la obstinada defensa que, incluso frente a la evidencia, hace de Bartlett el presidente López Obrador.
Hay quien dice que el presidente ha absuelto a Bartlett de todos sus pecados porque ha preferido recompensarle su mayor virtud: fidelidad plena al proyecto lopezobradorista. Es posible, pero no es suficiente. Aunque él opine lo contrario, López Obrador no es la Historia. No está en él reivindicar figuras tóxicas, protagonistas de los atropellos del pasado que, por arte de magia, ahora quieren un segundo aire al amparo del manto purificador del presidente.
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No está de más repetirlo. Andrés Manuel López Obrador prometió una renovación de la vida pública mexicana que implica, antes que ninguna otra cosa, un rompimiento con las formas y figuras del pasado. No hay lo primero sin lo segundo. Que el presidente insista en pregonar un supuesto parteaguas cuando al mismo tiempo se empeña en proteger y rehabilitar a gente como Bartlett es una contradicción.
Manuel Bartlett no merece que nadie lo redima. No lo merecía antes de las revelaciones recientes. Después, mucho menos. Quien insiste en lo contrario renuncia a los ideales de la transformación prometida por López Obrador y, peor aún, elige traicionar la historia de la brega democrática en México".
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