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La Estampa | Las agresiones son gratis

El atentado contra Juan Manuel Jiménez, periodista de ADN40, es sintomático de los tiempos que vivimos, de la impunidad en la que estamos, analiza León Krauze.
lun 19 agosto 2019 06:00 AM
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Ataque en vivo. Al agresor del reportero no le importó que su acción se transmitiera por televisón.

Esta es la escena.

Un periodista camina dentro de una protesta. Narra lo que observa con objetividad, sin quitarle la vista a la cámara, que lo sigue. Algunas personas le gritan consignas. Otras le avientan brillantina. Alguien lo empuja. El periodista no se inmuta. Antes que soltar el micrófono y dejar de hacer su trabajo, pide tranquilidad.

Explica que la rabia que ve es comprensible, que la causa de las mujeres que lo rodean es comprensible. Y ahí, de pronto, aparece en escena un hombre. Lleva una gorra azul, una playera blanca y una cangurera ceñida al hombro. El hombre mira al reportero, lo sigue. Mientras el periodista sigue haciendo su trabajo, el hombre de la gorra merodea, como un depredador. Camina hacia arriba de la calle, finge que seguirá el rumbo de la marcha, pero en realidad estudia el momento: está pensando cuándo debe atacar.

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Cuando el periodista comienza a explicar que piensa moverse hacia otro punto de la manifestación, un hombre de pelo cano se acerca al de la gorra, apenas a la derecha del reportero. Algo le dice. Algo le indica. El de la gorra entiende que es el momento de seguir órdenes. En un par de segundos, parece colocarse algo en los nudillos, se acerca al reportero por la espalda y, girando con toda fuerza su torso delgado, asesta un golpe brutal. El periodista cae al asfalto, noqueado de inmediato. El agresor trata de escabullirse y, aunque algunas mujeres tratan de detenerlo, lo logra. El hombre de pelo cano se esfuma también. Lo único que queda es el reportero, tratando de ponerse de pie, confundido, agredido.

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Por muchas razones, el atentado (porque eso es lo que fue) contra Juan Manuel Jiménez, periodista de ADN40, es sintomático de los tiempos que vivimos. Las razones son varias. Pero me concentro en una: la impunidad.

El hombre que lo golpeó de forma salvaje y el otro, que claramente lo instruye, actuaron de frente a las cámaras. No hay sigilo en sus acciones. Querían ser vistos. No les importaba no ser vistos.

Un hecho es incontrovertible: Jiménez pudo haber muerto ahí, frente a las cámaras. Al potencial asesino le importó un comino que la agresión se transmitiera en ese momento, en vivo, por televisión".

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La escena es el retrato de una de las mayores deudas del México moderno, la misma razón, en el fondo, detrás de la protesta misma de las mujeres el viernes: en México no pasa nada. La agresión es gratis. No hay consecuencias.

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La autoridad en la Ciudad de México seguramente moverá cielo mar y tierra para dar con el hombre de la gorra azul. Quizá lo atraparán, para mostrar que hay consecuencias. Pero lo cierto es que no hay consecuencias.

México, su capital y el resto de su territorio, sigue siendo la tierra de la impunidad. Vaya desgracia".

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