Esta es la escena.
Un periodista camina dentro de una protesta. Narra lo que observa con objetividad, sin quitarle la vista a la cámara, que lo sigue. Algunas personas le gritan consignas. Otras le avientan brillantina. Alguien lo empuja. El periodista no se inmuta. Antes que soltar el micrófono y dejar de hacer su trabajo, pide tranquilidad.
Explica que la rabia que ve es comprensible, que la causa de las mujeres que lo rodean es comprensible. Y ahí, de pronto, aparece en escena un hombre. Lleva una gorra azul, una playera blanca y una cangurera ceñida al hombro. El hombre mira al reportero, lo sigue. Mientras el periodista sigue haciendo su trabajo, el hombre de la gorra merodea, como un depredador. Camina hacia arriba de la calle, finge que seguirá el rumbo de la marcha, pero en realidad estudia el momento: está pensando cuándo debe atacar.