En el contexto de la elección del 2020, Biden encarna la esperanza de recuperar cierta “normalidad” tras la disrupción provocada por Trump, de reconstruir un espacio para el votante medio que contrarreste la política de la polarización, de ir a la segura y no arriesgar con caras nuevas o propuestas poco ortodoxas.
Biden, en suma, es el favorito de los demócratas cuya prioridad es ganarle a Trump incluso a costa de transigir con el trumpismo; es decir, postulando a alguien que pueda resultar atractivo para quienes votaron por Trump. Entiéndase, sin eufemismos, lo que eso significa: no una mujer; no alguien homosexual; no una persona de ascendencia africana, latina, árabe o asiática; ni tampoco una figura con ideas abiertamente socialistas.
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Ese “pragmatismo” pro-Biden, sin embargo, no le cuadra a muchos simpatizantes demócratas más jóvenes, más liberales, con mayores niveles de escolaridad o pertenecientes a minorías étnicas.
Se trata de un grupo diverso, que no constituye una mayoría franca dentro del partido, aunque en términos demográficos represente su porvenir , en términos mediáticos o de redes sociales sea muy visible, y en términos ideológicos sea su principal fuente de renovación tras el colapso de ese consenso que Nancy Fraser denominó “neoliberalismo progresista” .