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Primero de seis largos años

Los primeros siete meses de esta administración han mostrado a un presidente con un gabinete confrontado y con decisiones basadas en “otros datos”, advierte Don Porfirio Salinas.
lun 01 julio 2019 06:30 AM
AMLO
López Obrador ganó las elecciones del 1 de julio de 2018 con más de 50% de los votos emitidos.

Hoy se cumple un año de la elección que produjo al presidente con el mayor respaldo social del que tengamos registro. Razones no faltaron. Todos participamos en construir las condiciones, aunque muchos no quieran verlo o aceptarlo.

Se cumplen, también, siete meses del inicio del actual sexenio. Aunque el gobierno bien podría decirse que empezó el 2 de julio de 2018. A Peña claramente le urgía terminar, y a muchos de nosotros también.

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Los primeros 100 días, decíamos en este espacio, es demasiado temprano para juzgar un gobierno. A siete meses, si bien aún es pronto para ver resultados, sí podemos ya definir tendencias, y las del actual gobierno no son halagüeñas.

La primera, y de las más preocupantes, es el caos que reina en el gabinete. Lo que vemos es una lucha encarnizada interna por figurar, por tratar de resaltar.

Una de las razones principales es la nociva insistencia del presidente en opacar a todos los secretarios. Pero otra igual de importante es la división tan grande del gabinete en varios bandos.

Podríamos reducirlos en dos: los que no cuentan con la menor experiencia pero se consideran con derechos especiales por tantos años de lucha, y los que tienen experiencia y preparación pero grandes egos.

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Los primeros, en su mayoría, son altamente ideologizados y buscan revancha. En su visión, todo lo heredado estaba mal y solo ellos lo pueden corregir.

El problema es que su concepción del mundo obedece a una realidad que dejó de existir hace décadas. Tal vez de cuando algunos iniciaban sus “luchas”, que les nublaron a varios la capacidad de observar.

No son pocos y son muy peligrosos. Entre los máximos representantes están Nahle descarrilando el sector energético, Jiménez Espriú dinamitando el de infraestructura, o Sandoval enarbolando una noción trasnochada y kafkiana de integridad.

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Los segundos son personas bastante más preparadas, que en sus vidas anteriores no quedaron satisfechas y hoy ven una oportunidad de lucir. El problema común: su soberbia y su desmedido ego.

En este grupo podemos ver a personajes como Ebrard, que juega solo tratando de absorber muchas otras carteras; Romo del que muchos ya no se acuerdan, y Urzúa, que navega con la nostalgia de lo que algún día fue la superpoderosa SHCP.

Ellos tienen una visión mucho más moderna, mejores credenciales y equipos. Si fueran más inteligentes, formarían equipo para hacer frente a los anacrónicos, pero su egoísmo lo impide.

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Hay un tercer grupo, que son los que están perdidos en alta mar, como esperando a Godot. Entre ellos, Sánchez Cordero en la desdibujada Segob, y Márquez en la convaleciente Economía.

Y no podemos negar que hay quienes sí están trabajando, a pesar de las fuertes grillas en su contra, o incluso a pesar de la figura presidencial.

Una que ha sido una gran sorpresa, de las buenas, es Alcalde en Trabajo. De ideas firmes pero siempre abierta al diálogo y la crítica, ha sido un puente de diálogo y va avanzando en sacar adelante uno de los programas insignia de esta administración.

Moctezuma en Educación ha llevado un perfil muy bajo, logrando así lo impensable: sacar adelante una polémica reforma educativa con gran consenso, enfrentando al propio presidente para lograrlo.

Y por supuesto está Encinas en Derechos Humanos de Segob, que parece más secretario. Poco a poco va recuperando confianza y cercanía, luchando por sacar adelante complejos problemas sociales.

Este panorama de caos es alimentado por el propio presidente, que parece gozar las trifulcas y los contrapunteos, como si estuviera calándolos para depuración. Un juego altamente costoso.

La otra gran tendencia de estos siete meses es el altísimo desprecio por la legalidad, la institucionalidad y la información en la toma de decisiones, con total incongruencia entre el discurso y los hechos.

Las decisiones parecen ser más por capricho, por “otros datos”. Es más un “porque quiero y puedo”. Destruyendo mucho de lo poco que se había dejado, sin construir algo nuevo que sea positivo.

Además de buscar apoyos y respaldos para imagen pública, pero violando todo tipo de acuerdos, como los ya conocidos diferendos con el empresariado tras firmar convenios con bombo y platillo.

Este juego de caos, de berrinches y de lucha de fuerzas está resultando demasiado costoso para el país, pero eso no parece quitarle el sueño al presidente.

Señor presidente, muchos lo apoyamos, sin ser de su movimiento, convencidos de que lo que había era insostenible, por los excesos, la corrupción, la soberbia y el alto costo para el país.

Varios seguimos dispuestos a darle el beneficio de la duda. Pero no si es para dinamitar, sino para corregir y construir, cosa que no está sucediendo.

Usted conoce la realidad social del país como pocos; por eso ganó. Hoy ya no estamos en campaña; para gobernar hay que conocer toda la realidad del país, y para eso, hay que escuchar a todas las voces.

Por el bien de su gobierno, y del país, aprenda a escuchar, presidente. Un presidente que no escucha no conoce la realidad, y quien no conoce la realidad es incapaz de gobernar adecuadamente.

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