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La Estampa | Darle la espalda al mundo

Nada justifica la ausencia de Andrés Manuel López Obrador en la reunión del G20 en Osaka, escribe al respecto León Krauze.
lun 01 julio 2019 04:30 PM
Cumbre G-20
Sin AMLO. La foto oficial de la cumbre en Osaka consigna la ausencia del presidente de México.

En el ejercicio de un gobierno hay asuntos que no se pueden delegar. No hay un universo en el que resulte justificable la ausencia de Andrés Manuel López Obrador en la reunión del G20 en Osaka.

No hay emergencia que merezca perder la oportunidad de encontrarse, cara a cara, con el resto de las economías más importantes del planeta. Y menos en esta ocasión, en la que hubiera sido la cumbre inaugural para el nuevo presidente de México. López Obrador podrá pensar que da igual si está o no.

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Podrá imaginar que no hace falta su presencia personal, que con mandar una delegación en su nombre basta y sobra. Se equivoca. A nadie en ese grupo pasará desapercibida su desaparición.

“Para un país como el nuestro, que no es una potencia mundial, hay de dos sopas en la arena internacional: o nos sentamos a la mesa, o estamos en el menú”, sentenciaba el embajador Arturo Sarukhan unas horas antes del principio de la cumbre.

Sarukhan, que de diplomacia sabe lo que pocos, tiene toda la razón. Peor todavía por el momento que enfrenta México en varios frentes, comenzando con la crisis humanitaria en sus dos fronteras. Esa crisis, que requiere del más fino hilado diplomático, de un genuino proceso de seducción para encontrar alianzas simbólicas y prácticos, sólo la puede hacer el presidente de México.

No hay mejor vocero de lo que requiere México que López Obrador. Dentro y fuera del país, lo que está en juego es su proyecto. Y eso no lo puede defender nadie más. No su canciller, por más cómodo que se sienta en el papel de vicepresidente de México. Tampoco su secretario de Hacienda. La responsabilidad (y, con toda franqueza, el privilegio) corresponde al señor por el que votó una histórica mayoría de mexicanos.

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Nadie le pide a López Obrador que se sienta como pez en el agua fuera de México. Nadie espera que hable inglés ni que se convierta, de un día a otro, en un internacionalista. Nadie le pide que sea candil de la calle. Nadie le ha sugerido que olvide su máxima favorita, aquella de la política interior como la mejor política exterior. Lo único que se le pide al presidente de México es que se asuma como lo que es y actúe en consecuencia. Importa poco si él se siente personalmente cómodo en un viaje transatlántico.

El país que gobierna necesita de liderazgo y protagonismo en un escenario internacional donde ha sido una voz respetada, a veces a pesar de nuestras propias limitaciones, desde hace ya un buen tiempo. Ya no estamos en edad de darle la espalda al mundo.

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