La economía, por su parte, si bien no ha entrado en una recesión, es evidente su estancamiento: México fue de las economías con peor desempeño del PIB, dentro del G20, en el primer trimestre del año (junto Turquía, Italia y Sudáfrica).
En términos generales, contrastando con 2018, únicamente crecimos 0.1%. Por lo mismo, no es de sorprender que calificadoras, instituciones financieras internacionales, el Fondo Monetario Internacional, la OCDE o el propio Banco de México hayan reducido su pronóstico de crecimiento para nuestro país en repetidas ocasiones; si a inicios de 2019 el mejor escenario para México era crecer 2.5% (aún por debajo de la mítica cifra de 4% que defiende Presidencia), hoy el peor vaticina solamente 0.5%.
Lamentablemente, esto se entiende cuando sumas otros indicadores; por ejemplo, en mayo se ligaron 10 meses de contracción en la generación de empleos y durante enero y marzo la Inversión Extranjera Directa cayó 19.1% a en tasa anual.
Mientras que el comportamiento del presidente no genere confianza para los inversionistas, respetando el Estado de derecho y garantizando certidumbre jurídica, como le solicitó el Consejo Coordinador Empresarial durante a firma del Acuerdo para Promover la Inversión y el Desarrollo Incluyente, difícilmente revertiremos esta tendencia.
Con estas promesas e inacciones lo único que logra el Presidente de México es devaluar la palabra, si, la palabra del jefe del estado mexicano.
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