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NXIVM y el neoliberalismo

El hijo del ex presidente Salinas contribuyó a la historia de México con una metáfora perfecta de los años del peñismo, escribe Alberto Bello.
jue 27 junio 2019 10:39 AM
Emiliano Salinas en festejo NXVIM

El neoliberalismo como el principio de todos los males es un invento genial. Es tan sencillo, crea fronteras tan claras en la historia y en la política, pero a la vez es tan difuso que es muy eficaz para explicar todo y nada. Por eso funciona perfecto para la propaganda. Es todo mucho más fácil que cualquier otra explicación mucho más elaborada y compleja.

Emiliano Salinas, hijo del ex presidente Carlos Salinas de Gortari se convirtió en reclutador en jefe de millonarios para una secta dirigida por un gurú postmoderno –urbano, funcional, inteligente, sofisticado– que pasará a la historia por su gusto por el sexo kinky. El señor marcaba con sus iniciales al harem rotativo de más de 15 mujeres a quienes lo complacían por medio de la extorsión y el chantaje más atroces.

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Es todo muy patriarcal y homonormativo –como de dice ahora—, pero tan sórdido y grotesco que uno no puede evitar la tentación de darle un simbolismo mayor.

México se convirtió en un un semillero muy productivo de hombres y mujeres de la élite que acudían a los cursos de Executive Succsess Programs (ESP), la marca de los cursos de autoayuda de NXIVM, en busca de luz y guía en los tiempos del barril de petróleo a 100 dólares. A cambio, según cuenta la portada de la revista QUIÉN escrita por la periodista Danielle Dithurbide, entregaban pagos incrementales y fortunas para que les dijeran que están llamados a ser parte de la historia.

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La tragedia del wannabe

La ciudad de Albany, en el estado de Nueva York, era la Meca de la validación y el “empoderamiento”. Con sus maestrías en el extranjero, sus empresas familiares, sus medios de comunicación, su participación en el poder gubernamental (eventualmente conoceremos qué miembros de gabinete del gobierno mexicano fueron tocados por la magia de NXIVM), nuestra élite más insegura recibía cursos de psicología, sociología y eso llamado management, una combinación astuta de modelos e ideas que en realidad uno puede aprender con cursos gratuitos de Coursera o edx.

Conozco varias personas en buenas posiciones que se bajaron del tren por sus costos prohibitivos. Podemos especular con lo que habrán pagado los de “playera verde” (porque, como en toda secta, en NXIVM había castas, y al parecer la playera verde era algo muy especial: la llevaban los hermanos Emiliano y Cecilia Salinas). Esa lógica interna de estas organizaciones por la que enganchan a las almas tiernas y vulnerables necesitadas de reconocimiento y validación.

Emiliano y Cecilia Salinas aparecen festejando a Keith Reniere

Keith Rainiere, un genio a la hora de jugar con la necesidad de pertenencia de un mundo de cambio acelerado, a la vez promotor del éxito y el capitalismo del logro. En el contexto mexicano de desigualdad y escasa movilidad, de instituciones débiles y meritocracia de papel, los convencía a ellos, los que todo tuvieron desde que nacieron, de que eran el factor de cambio. Eran la élite que cambiaría el mundo.

En realidad, fueron la fachada de su club de esclavitud sexual.

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El drama Salinas

¿Existe una metáfora mejor del llamado periodo neoliberal mexicano? Hace dos décadas muchos nos sorprendíamos de que un hijo del presidente Salinas saliera sin vergüenza a presumir que trabajaba en un grupo de tipo sectario, una especie de cienciología para millonarios.

Hoy don Carlos debe andar muy enojado. Después de todos sus esfuerzos por recordarnos su importancia histórica, el valor de su legado, su hijo le dio a sus enemigos (muchos de ellos hoy en el gobierno, por cierto), las mejores herramientas no sólo para atacarlo, sino para que se mueran de la risa ante esta tragedia humana para mirreyes. Emiliano Salinas convertido, por acción u omisión, en ¿alcahuete?, ¿padrote? Y millonario.

La realidad conspira consigo misma para darnos metáforas perfectas. El amor y el poder son la máquina de la historia. Ahí están Helena de Troya, Enrique VIII y Ana Bolena, Cortés y la Malinche, pero nuestro México reciente sólo nos dio para Peña y la Gaviota, y Emiliano y el harem de su jefe. En este país que vivió en años recientes la peor de las ficciones, un Emilio Lozoya que nos vendió la transformación de Pemex mientras maquinaba ventas ficticias y comisiones, una maquinaria de corrupción gubernamental y de fortunas desvergonzadas, su universo paralelo era una secta que reclutaba señoras para un sinvergüenza que ya está en prisión.

No creo en los supuestos males del supuesto neoliberalismo, sino en la debilidad de nuestras instituciones, en la terrible impunidad de quienes gobernaron este país y utilizaron el crecimiento para repartírselo, y en el drama de un México al que le urge corregir la desigualdad con políticas públicas eficaces. Pero a veces, la realidad conspira para darnos metáforas perfectas.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.
abello@expansion.com.mx

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