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El sentimentalismo educativo y la 4T

El desafío no está en el número de universidades en el país, sino en cambiar la visión de un México que considera la palabra “Licenciado” un título honorífico, escribe Alberto Bello.
jue 20 junio 2019 07:46 AM
Alberto Bello
Alberto Bello, director editorial "Hard News" de Grupo Expansión.

Uno de los principales retos que tienen quienes hacen política pública es separar el sentimentalismo de lo que funciona. Una vez hecha la cirujía, lo que corresponde es enterrarlo dos metros bajo tierra –o dejarlo para el discurso (léase, las mañaneras) pero sin poner a nadie a ejecutar nada. La política y el melodrama son malos compañeros para el largo plazo.

La creación de 100 universidades es un proyecto de gobierno que Andrés Manuel López Obrador incluyó en su candidatura presidencial desde 2006. Parte de un supuesto razonable: muchos jóvenes no pueden estudiar la carrera que quieren porque no hay una oferta de plazas en la universidad pública para atenderlos.

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La falta de oportunidades de estudio prolonga el ciclo de la pobreza de padres a hijos. La joven que no pudo llegar a ser licenciada termina convertida en nini, desempleada sin título, con breves chambitas como telefonista de esos call center de los que torturan a horas intempempestivas a la gente con productos financieros. En casos extremos, las chambitas los acercan a actividades informales, venta callejera, apuestas o vigilancia, cada vez más controladas por el crimen organizado, que ha cobrado la vida de cientos de miles de jóvenes.

Es una telenovela de las de antes, con las que dan ganas de llorar, con muchos elementos de reality show porque refleja la vida de muchos mexicanos en sus 20s.
Solución: construyamos 100 nuevas universidades, y garanticemos al educación superior a todos.

Más del autor: El pragmatismo y la furia

La falacia

¿Será? Supongamos que contamos con los recursos para llenar México de nuevas universidades (no es así, pero supongámoslo). La propuesta comete errores de lógica elemental. Como contraejemplo basta con comprobar el fracaso de muchas de las universidades públicas y privadas a la hora de garantizar empleo a sus egresados. ¿Cuántos de los jóvenes de Construyendo el Futuro del programa gubernamental son licenciados cuyos conocimientos son insuficientes para los empleadores de sus ciudades?.

La propuesta omite el análisis fundamental del mercado laboral –una labor de la microeconomía en la que abundan los economistas de izquierdas, pero quizá sean más fifís de lo necesario. ¿Cuánto vale realmente un título universitario? ¿hay otras opciones? ¿dónde hay carencias y oportunidades no resueltas? Un mercado educativo donde el reto hoy es enseñar a resolver problemas, no memorizar códigos o procesos.

La solución de construir universidades elude interesadamente la pregunta de por qué el joven mexicano de 16 años tiene una formación deficiente, que le impide aprender a aprender a encontrar un futuro por si mismo. Es decir, deja de lado las carencias en la educación primaria y secundaria, pilares esenciales para que tenga sentido una educación superior de calidad.

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La solución de la educación dual

Soy un ferviente partidario de la educación profesional no universitaria como vía para generar desarrollo regional y romper el ciclo de la pobreza. Y algunos datos apoyan esta visión.

Ayer se celebró en México el encuentro de jóvenes de la Alianza del Pacífico, donde participa también Perú, Colombia y Chile. La empresa suiza Nestlé, que no cesa de invertir en México —cuarto destino global de sus inversiones entre 190 países y quinto por ventas— está tan entusiasmada con la inclusión de los jóvenes que planea terminar 2019 con 450 jóvenes del programa Construyendo Futuro y presume que un proyecto esencial para incorporar a jóvenes a la vida laboral, ha sido la educación dual, que combina educación técnica con trabajo, para crear empleos de largo plazo en sus plantas productivas.

Arrancó hace dos años con sus convenios con los CONALEP, las instituciones mexicanas responsables de la formación profesional de oficios en industrias como la electrónica o el turismo y que permiten, con su gradualismo, que el alumno que lo desee llegue a tener un título universitario. Es el fundamento del exitoso mercado laboral alemán, donde los jóvenes deciden desde muy temprano qué vía siguen, la del oficio o el de la escuela universitaria.

El éxito del modelo en México lo pueden confirmar las compañías turísticas que emplean a los egresados de los CONALEP de hospitalidad turística. O las manufactureras automotrices y aeroespaciales que no encuentran técnicos preparados suficientes –no quieren ingenieros, quieren técnicos– y sueñan con un proyecto nacional de educación dual que genere suficiente mano de obra cualificada.

La educación fue un pilar fundamental de la izquierda surgida de la revolución industrial. Pero no podemos pensarla como se pensaba en el siglo XIX. En 2019, en el mundo de la inteligencia artificial, la industria 4.0 y la economía global, promover el valor supersticioso del título de licenciado por encima del análisis de las necesidades locales puede llevarnos a tirar a la basura varios cientos de millones de pesos. Y con ellos, la vida de muchos jóvenes que crean que con estudiar una carrera resuelvan su vida. Los 2 millones de ninis existen porque el sistema educativo no los orientó a las necesidades del mercado laboral.

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La educación no sentimental

El gobierno debería enfocarse en elevar la calidad educativa en primaria y secundaria ahora sí, de la mano de los maestros comprometidos (gran omisión de la reforma de 2013), en analizar las necesidades productivas por estado e invertir en la creación de los centros CONALEP de acuerdo con los gobiernos estatales (que conocen mejor la vocación económica regional), que sean necesarios para preparar a los jóvenes para empleos que sí son útiles, y abrirles a la vez la puerta a la educación superior a quienes puedan sacarle un provecho. Y sí, construir universidades ahí donde la demanda de empleos de este tipo supere la oferta.

En Alemania, Suiza o Francia, países modelo de la educación dual, los sueldos de los plomeros, técnicos agrícolas y los electricistas no son muy diferentes que los de los abogados y biólogos.

Dignifiquemos la labor técnica, démosle a los jóvenes de 16 años que no son buenos estudiantes (por las razones que sean) una salida profesional, y a los niños de 6 y 12, una formación que les permita elegir.

El desafío no está en el número de universidades, sino en cambiar la visión de un México que considera la palabra “Licenciado” un título honorífico, más valioso que la de un plomero certificado, capaz de salvar nuestra vivienda de una inundación. Dejemos el melodrama, analicemos los números, y pensemos en la política pública para ofrecer las mejores oportunidades a los jóvenes de mañana, no a la imagen que tienen del deber ser quienes crecieron en un mundo con titulitis.

*Nota del editor: Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.

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