Además del caos detrás del subregistro de infectados y muertos, el otro gran drama es el de la muerte en soledad. Al continente le ha tocado enfrentarse a una homogeneización de los funerales poco habitual en una región de memoria y rituales. Ahora los velorios de las víctimas del virus son iguales y cubiertos bajo un paradigma sanitario. La muerte parece ser estándar en las Américas: silenciosa, sin nombre y sin compañía.
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Para la antropóloga mexicana Ericka Álvarez Juárez, la relación con la muerte es un símbolo que nos da identidad y va más allá del folklore, “es esta trascendencia del ser humano, por eso acompañamos al muerto, por eso le hacemos esta procesión, esta fiesta, este colorido. Y queda ahí, en la sociedad, en el contexto social”. Con la pandemia, estos rituales han sufrido transformaciones forzosas en una región abigarrada con varias culturas pero al unísono de un lazo en común, el abrazo con la muerte.
Sin embargo, hay lugares en los que ni las medidas de control más severas han limitado a los familiares en su intento por acompañar a sus seres queridos hasta su última morada. Es el caso de Nicaragua, donde se acuñó la expresión de “entierro express” para denominar la cada vez más extendida práctica de hacer los entierros en la noche, huyendo de los controles del régimen de Daniel Ortega. En tumbas improvisadas, la ausencia de rituales y ornamento contrasta con la devoción de los pocos familiares que se han visto obligados a hacer estas prácticas.
Así pues, el dolor, al igual que las cifras de muertos y contagiados, parece ser lo único que aumenta en el marco de la pandemia en las Américas.
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