Tapar el sol con los dedos
Algunos gobiernos están ocultando intencionalmente las cifras. El pasado 29 de junio, en una entrevista para NPR , la científica Rebekah Jones, experta en ciencia de datos, dijo que los científicos fueron presionados en La Florida para que arreglaran los números y el Gobierno pudiera reabrir el comercio. Rebekah fue despedida en mayo del Departamento de Salud de la Florida por rehusarse a manipular estadísticas.
Uno de los casos más críticos de desconfianza de la manipulación de las cifras es el de Nicaragua. Durante semanas, al igual que sucedió con López Obrador en México y Bolsonaro en Brasil, el presidente, Daniel Ortega, no hizo nada para proteger el país y, aun así, las cifras de contagios y muertes eran bajísimas. Hace tan solo mes y medio el Gobierno reconoció 25 personas infectadas y 10 muertos en todo el país. “Al minimizar el peligro de la pandemia y aumentar el riesgo de transmisión comunitaria en el segundo país más pobre del hemisferio occidental, el gobierno nicaragüense está violando los Derechos Humanos de sus ciudadanos”, dijo en abril un comunicado de la revista científica The Lancet .
“Neumonía atípica grave”, dice en el acta de defunción del periodista Gustavo Bermúdez, radialista de 65 años que murió el pasado 26 de mayo con síntomas de coronavirus y cuyo caso retrata la crisis por la pandemia en Nicaragua. El doctor que atendió el caso confesó ante la familia del periodista que no podía poner en el acta la causa real de la muerte, pese a que el resultado de la prueba del virus salió positivo. “No puedo poner eso, está prohibido”, fueron sus palabras.
“Nicaragua solo tiene 160 ventiladores y el 80% de ellos están actualmente en uso. Si la alta dirección del Gobierno continúa ignorando los llamados a realizar esfuerzos de mitigación, la frágil infraestructura de salud pública podría colapsar bajo la presión de una infección generalizada”, remataba el comunicado. La reacción del gobierno Ortega fue tan desconcertante, que llegó a perseguir a quienes promovían el uso de tapabocas, bajo el argumento que eso generaba pánico en la ciudadanía.
El coronavirus también está sirviendo de espejo para la paupérrima calidad del servicio hospitalario de la región. Un caso revelador sucedió hace pocos días en Bolivia. Un video que circuló por Facebook mostraba el cuerpo de un hombre tirado entre la fría acera de cemento de la calle y la puerta de ingreso del Hospital Municipal de Cotahuma en La Paz. Inmediatamente después, su sobrina se arrodillaba para frotarle la mano, mientras otra acompañante intentaba darle aire abanicando una revista sobre el rostro del enfermo. Se escuchan gritos y la gente apuraba su paso como tratando de evitar ver la escena. Después de algunos minutos se presentó una persona con traje de bioseguridad blanco para ver lo que ocurría; intentó hacerlo reaccionar y no lo logró. Después, del hospital salió un grupo de enfermeros con una camilla y con mucho esfuerzo lo subieron y le hicieron maniobras de resucitación. Se veía a la familia gritar mientras el personal médico lo trasladaba al interior a toda prisa.
“Dos días antes, llevamos a mi tío a una clínica privada del sur de la ciudad porque se sentía mal y nos dijeron que no tenía nada, solo le recetaron un jarabe (…) tenía fiebre y le dolía el estómago”, dijo la sobrina a periodistas de este reportaje. En ningún momento le pidieron que debía someterse a la prueba del coronavirus pese a la sintomatología. “Nosotros hubiéramos pagado, no había problema de eso”, dijo. Durante tres horas, ella, su abuela y su tío buscaron ayuda médica. Con mucho esfuerzo llegaron hasta el Hospital de La Portada, el centro municipal autorizado para atender los casos de coronavirus, pero les negaron la atención porque argumentaron que solo recibían casos positivos y que el lugar ya estaba lleno, que lo mejor era llevarlo al Hospital de Cotahuma. Así lo hicieron y cuando ingresaron les dijeron que ahí no estaban autorizados para atender a ese tipo de sintomatologías, que lo lleven a otro lugar. Con las esperanzas colgando de un hilo salieron del hospital y justamente entre la reja de ingreso y la acera de cemento de la calle, se desplomó ante los gritos de su sobrina.
“Ya pasó más de una semana y no nos dijeron si mi tío tenía el virus, en la radio escuché que sí dio positivo pero a nosotros no nos llamaron”, dijo Jessica. La familia ya tiene entre sus manos el certificado de defunción y dice que la causa de la muerte fue por paro respiratorio. Luego de entregarles este documento, el cuerpo de su tío recién fue sometido a la prueba del virus. “No esperaron a confirmar o a descartar esto, solo nos dieron el certificado así”, continuó con su relato. Al cierre de este reportaje, los siete miembros de esta familia dieron positivos para coronavirus.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el continente recién avanza en el camino de llegar al primer pico del número de contagios y muertes. Desde ya, aseguran, se avisora una segunda fase que podría ser aún más horrorosa en términos de cifras y calamidad. Como declaró a varios medios Michael Ryan, director de Emergencias de la OMS: el virus SARS-CoV-2 no actúa solo, se apoya en la mala vigilancia. “Explota los sistemas de salud débiles. El virus explota el mal gobierno. El virus explota la falta de educación, la falta de empoderamiento de las comunidades. Estas son las cosas que tenemos que abordar”, dijo Ryan.
Como si no bastara la crueldad de los números y las imágenes que circulan en redes de una sociedad avasallada por el virus, lo que se viene para el segundo semestre de 2020 ahondará aún más la crisis sanitaria y pondrá al hemisferio frente a un espejo más grande que refleja la cruda realidad de los países.
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