Lucha contra el olvido
Cuauhtémoc de Gyves Pineda no pasó las últimas 24 horas en su hogar para ser velado, nadie estuvo presente para llorarle toda la noche, tampoco se prendieron velas ni se colocaron flores como se acostumbra en las muertes de los hogares de los pueblos zapotecas de México. La despedida con sus amigos fue a distancia y de forma virtual. Salió del hospital donde falleció la madrugada del 15 de abril y solo cruzó su natal Juchitán para llegar al panteón donde fue sepultado de inmediato.
No lo acompañaron los hombres que rodean el féretro y encabezan la procesión como se acostumbra en los funerales en esa tierra, tampoco acudieron las mujeres que visten con su enagua y huipil oscuro, mucho menos la banda de música. No rendirle tributo a la muerte pesa para las familias zapotecas. Se fue y no volverá; solo quedan los olores de las flores que todos los días cubren su fotografía en un altar. Así cuentan los familiares de Cuauhtémoc a periodistas de este reportaje.
En esta región indígena del estado de Oaxaca, el rito de la muerte se ha esfumado para una veintena de familias que hasta el momento han perdido a su mamá, papá, hijo, hermano, tío o sobrino, en cuyas casas se hacen velorios sin cuerpo. Las familias siguen llorando esas ausencias porque tampoco hay visitas a panteones, una de las tradiciones más arraigadas en la cultura originaria del pueblo
zapoteca en el sureño estado de México. El consuelo se guarda. Hay pandemia y les piden quedarse en casa. Según el antropólogo boliviano Milton Ezyaguirre, existe una visión comunitaria en los contextos indígenas donde la ritualidad de la muerte tiene un significado de gran importancia.
“Una vez que entre el covid a nuestras comunidades, va a ser catastrófico porque ni hospitales tenemos (…) la forma de pensamiento todavía está articulado desde una perspectiva comunal, en esos lugares no hay policía, no hay ejército; entonces la dinámica es completamente diferente”, explica.
A 6,000 kilómetros los pueblos originarios de la Amazonía viven su propio drama. Atrapados en una tragedia similar o peor, puesto que aún no terminan de sanar las heridas que dejaron los incendios forestales durante el segundo semestre de 2019. Combaten la deforestación sin cuartel impulsada por el gobierno brasileño, o cobijada por los grupos armados ilegales en Colombia. Ahora, deben hacer frente a un enemigo nuevo e invisible, cuyas tácticas han hecho que el campo de batalla pueda ser cualquier escenario, los que tienen suerte en el hospital, otros tantos en sus casas, malokas, en la misma tierra húmeda de la selva o totalmente lejos de sus hogares y de sus rituales.
Un nombre más se suma a la lista de muertes indígenas: el 17 de junio se informó del fallecimiento del cacique brasileño Paulo Paikan, líder del movimiento indígena que se opuso a la construcción de una hidroeléctrica en Belo Monte, corazón de la Amazonía, en la década de los ochenta. Un luchador que falleció víctima de coronavirus en un hospital en Sao Paulo.
El grupo Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (APIB), que rastrea las cifras del coronavirus entre los 900 mil indígenas del país, anunció a finales de junio más de 980 casos confirmados oficialmente y al menos 125 muertos. Es decir, una tasa de mortalidad del 12.6 %, prácticamente el doble de la tasa nacional del 6.4 por ciento. “El coronavirus se ha aprovechado de años de negligencia pública”, dijo Dinaman Tuxa, coordinador ejecutivo de la APIB y miembro del pueblo Tuxa en el noreste de Brasil. En su poblado, con 1,400 habitantes, no existen hospitales y la Unidad de Terapia Intensiva más cercana está a cuatro horas y media en coche. Su principal forma de prevención ha sido el aislamiento completo.
Según un estudio del portal InfoAmazonia, la distancia promedio entre las aldeas indígenas y la UTI más cercana en Brasil es de 315 kilómetros. Para el 10 por ciento de las aldeas esa distancia se traduce entre 700 y 1,079 kilómetros. Más de 60 comunidades indígenas han confirmado casos positivos, muchos de ellos en la región amazónica, donde las personas solo pueden llegar a los hospitales en barco o avión. “Las comunidades indígenas, incluso las que tienen clínicas de salud básicas, simplemente no están preparadas para el coronavirus, lo que significa que las personas infectadas deben ser retiradas y a menudo viajan largas distancias”, dijo Joenia Wapichana, la primera congresista indígena en Brasil.
Por su parte, la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) detectó en mayo más de 500 casos de COVID-19 en una veintena de comunidades indígenas, de las cuales el 75% está en la Amazonía. La ONIC también ha pedido que no visiten lugares sagrados, una medida similar a la suspensión de las misas católicas y ritos de otros credos que congregan a grandes grupos en las zonas urbanas del continente.