¿El absurdo cotidiano sirve como motor de la literatura?
En mi caso, sí. Obviamente, hay gente que escribe en otro tipo de registros. No necesariamente eso aplicaría a todos los casos, pero en el mío, sí. Hay modelos o arquetipos de escritores que lo hacen con mucha fortuna, como Don DeLillo, que narra situaciones que son muy descabelladas, absurdas, y lo hace en un registro que parece casi costumbrista. Creo que ciertamente es una de las posibilidades que ofrece la literatura y es también en la que yo trato de ir.
¿A qué otros autores volteas a ver?
Hay una autora inglesa, un clásico del siglo XX, Angela Carter. Hay un libro suyo llamado La cámara sangrienta, que me parece extraordinario. Lo que hace es tomar cuentos clásicos para niños, pero los recuenta en una clave gótica, un poco barroca, muy sexualizada, y para mí es un modelo.
Como escritor pero también como editor, ¿ves que haya más público para la novela o para el cuento?
Lo que se dice comúnmente, con razón, es que la novela es más popular, se lee más novela que cuento, el cuento es un género comercialmente minoritario. Pero habiendo dicho eso, no creo que sea una ley absoluta ni determinante, porque por lo menos en México hay cuentistas a los que ves que les va muy bien: Carlos Velázquez, Fabio Morábito, Jorge Ibargüengoitia mismo. Sí hay una especie de tendencia a que la novela se lea más, pero tampoco es una ley.