“De cierta manera, los grupos criminales parecen estar condenados a dividirse después de alcanzar cierto tamaño, lo que se evidencia por la caída de carteles que solían ser muy poderosos, como Los Zetas. Sin embargo, los grupos pequeños que han surgido como resultado de dichas divisiones carecen de estructuras de poder claras, son más propensos a aliarse entre sí y se desintegran mucho más rápido, lo que los hace más difíciles de rastrear”, refiere su análisis.
A algunas agrupaciones, las ecsiciones no les afecta tanto como para poner en riesgo su estructura. De acuerdo con un documento de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) obtenido a través del hackeo realizado por el grupo Guacamaya, el Cártel del Pacifico.
“Posterior a dichas escisiones, El Cártel del Pacífico ha preservado su estructura aún a pesar de las afectaciones derivadas en la detención de algunos de sus miembros relevantes, de la ejecución de algunos otros por las pugnas que mantiene y de diferencias internas o entre células que se han presentado, sin que ello represente a la fecha un riesgo de ruptura o su desvanecimiento de hegemonía”
Además de la fragmentación de organizaciones, hay otro fenómeno que convive en México: macroorganizaciones.
El Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación son muestra de ello. Se trata de organizaciones dominantes en la actividad ilícita, pero que suelen tender alianzas con otras agrupaciones locales que les permita avanzar en su hegemonía.
“Hay un fenómeno dual. Por un parte se está dando un proceso de concentración, se les identifica como macroorganizaciones criminales como las organizaciones Jalisco y Sinaloa, que tienen una proyección nacional y nichos del mercado. Sin embargo también de forma paralela hay una atomización, dispersión y proliferación de grupos pequeños que funcionan a nivel local”, refiere Carlos Rodríguez.