El pretexto de la injerencia de otros gobiernos se replica en México, donde Andrés Manuel López Obrador ocupa la presidencia desde 2018. En esa nación, la prensa también sufre presiones de los gobiernos estatales y municipales. Muchos medios viven de más del 50% de la publicidad oficial, circunstancia que se convierte en una herramienta de censura: si eres crítico con el gobierno, este te elimina la pauta.
Ese mandatario envió una nota diplomática a Estados Unidos para protestar por el financiamiento, por unos 250,000 dólares, a la asociación Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad. También acusó a la asociación Artículo 19 de obtener dinero por la misma vía. Ambas trabajan por la libertad de prensa.
Esa financiación tiene un sentido. En efecto, en la crisis de sostenibilidad del periodismo de calidad, diversos programas de cooperación internacional han servido de refugio sobre todo para la especialidad fiscalizadora y de investigación. Se trata de recursos de la Unión Europea, de la cooperación de Alemania, Suecia, Países Bajos, Reino Unido y Estados Unidos, entre otros. Pero al igual que en el tradicional modelo de negocio de los medios comerciales, esos recursos no implican compromisos para los medios en cuanto a sus contenidos, más allá de permitirles operar sin cortapisas. La calidad de los mismos es el mejor sello de la independencia.
Como dijo a CONNECTAS el periodista Silber Meza, en México “se vive también un hostigamiento declarativo desde la presidencia. Así como desde el gobierno federal disminuyeron las llamadas a las redacciones para que algo no se publique, desde las conferencias mañaneras el presidente busca acabar con la credibilidad de medios y periodistas que no ve con buenos ojos. El riesgo es que se incremente la autocensura por temor al linchamiento público”.
En Nicaragua, el desprestigio corre también por cuenta del emporio de medios de comunicación “que funciona con una maquinaria propagandística que sirve para distribuir mensajes de odio”, opina un periodista nicaragüense. Según él, el gobierno no solo aparta a la prensa independiente, la criminaliza y la encarcela, sino que crea sus propios canales “en parte, gracias a que la allana y utiliza policías o turbas de simpatizantes para robarles los equipos”.