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DECISIONES DIFÍCILES | Calderón y 'el factor Sarkozy'

En su libro ‘Decisiones difíciles’, el expresidente Felipe Calderón comparte sus memorias sobre los momentos que marcaron su gobierno, como fue su relación con el expresidente francés Nicolás Sarkozy.
dom 07 junio 2020 07:00 AM
CANNES, FRANCIA, 03NOVIEMBRE2011.- Felipe Calderón Hinojosa, presidente de México, es recibido por su homólogo francés, Nicolas Sarkozy, durante su llegada al almuerzo de trabajo al inicio de la cumbre de líderes del G20, en el palacio de los Festivales en Cannes.
FOTO: ALFREDO GUERRERO/CUARTOSCURO.COM
Felipe Calderón Hinojosa al ser recibido Nicolas Sarkozy, durante su llegada al almuerzo de trabajo al inicio de la cumbre de líderes del G20, en el palacio de los Festivales en Cannes, en noviembre de 2011.

El caso Florence Cassez fue determinante en la relación entre el expresidente Felipe Calderón y su homólogo francés Nicolás Sarkozy, como lo recuerda el exmandatario mexicano en su libro Decisiones difíciles, editado por Debate, en el que comparte sus memorias y experiencias de los momentos que marcaron su administración.

Calderón recuerda que fue la petición del exmandatario galo de llevar a Cassez de su reclusión en México a Francia, durante su visita de Estado en marzo de 2009, la que marcó las diferencias entre ambos. Sobre ese episodio el expresidente recuerda en su libro:

“Como llegó a deslizar, lo más fácil —para él—, era llevarse en su propio avión de regreso a Florence Cassez. Pero ni México era una excolonia francesa marginada y pobre, ni Florence era una hermana de la caridad a cargo de un orfanatorio. Por supuesto, el Presidente francés regresó a Francia con las manos vacías”.

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La ciudadana francesa fue detenida en diciembre de 2005 junto a una banda de secuestradores, condenada a 96 años de cárcel y liberada en enero de 2013 –ya en el gobierno de Enrique Peña Nieto– por la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) al determinar que hubo fallas en el debido proceso.

Con permiso de Penguin Random House Grupo Editorial te compartimos el extracto del libro Decisión difíciles sobre este episodio:

EL FACTOR SARKOZY

En medio del complejo entendimiento con Brasil, hubo un factor que lo tensó: la relación con el Presidente francés Nicolas Sarkozy. Entre él y yo tuvimos, al principio, un trato constructivo que derivaría en cooperación de diversos tipos, desde consejos y experiencias compartidas en la persecución de delitos (Francia es pionera en la investigación criminológica a partir de muestras de ADN), o la creación de un grupo de Amistad México-Francia, y el acuerdo para celebrar El Año de México en Francia, hasta colaboración en temas muy específicos.

Por desgracia esta buena relación se dañó severamente porque Sarkozy tomó como estrategia electoral asumirse como un campeón de la liberación de franceses en el exterior. Por ejemplo, un grupo de religiosas que tenían un orfanatorio en África habían sido acusadas de “robar niños” por facciones políticas radicales musulmanas, y el gobierno francés logró liberarlas, incluso la primera dama fue a recogerlas en un avión presidencial. Luego supe mediante una llamada que me hizo Álvaro Uribe, Presidente de Colombia, que Francia estaba empeñada en liberar a una ciudadana colombiana francesa, Ingrid Betancourt, que siendo candidata a la Presidencia de la República en algún lance electoral, había ido a dialogar con las FARC y había sido secuestrada por las mismas. El gobierno francés había armado un grupo de negociación en teoría muy efectivo, y le exigían a Uribe que liberara a varios guerrilleros prisioneros, entre ellos a un peligroso terrorista, que era condición de las FARC, amenazándolo de culparlo si su operación fracasaba. Uribe —cuyo padre fue asesinado por la guerrilla y se caracterizó por un combate frontal y exitoso en contra de la guerrilla y el narcotráfico—, cedió a las exigencias del gobierno francés, liberó a los guerrilleros... pero nunca liberaron a Ingrid. Meses después el propio gobierno de Uribe organizaría un operativo espectacular del ejército colombiano, e Ingrid Betancourt y otros rehenes fueron liberados por un helicóptero encubierto, una acción de película.

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El caso es que tratándose de hermanas de la caridad, o víctimas de secuestro, la historia se veía no sólo romántica sino heroica. El problema es que esta vez se le ocurrió a Sarkozy liberar a una francesa acusada de secuestro. En efecto, todavía bajo el gobierno de Vicente Fox —algo que desmiente a quienes afirman que yo la detuve para legitimar mi gobierno- la señora Florence Cassez había sido capturada en compañía de su pareja, el líder de una peligrosa banda de secuestradores, y con quien habitaba la casa rumbo a Cuernavaca; de hecho, el día de su captura fueron liberadas tres víctimas en esa casa, entre ellas un menor de edad.

Estábamos en la mejor disposición de dialogar con el Presidente sobre el tema. Por desgracia, en la visita de Estado, Sarkozy fue increíblemente descortés. Gracias a gestiones hechas con algún empresario mexicano se había conseguido para él y para su esposa un hermoso lugar de descanso en la costa del Pacífico los días previos al inicio de la visita oficial, y le organizamos una visita a Teotihuacán, almuerzo y “charreada” en su honor la víspera de la visita, fuera del programa oficial, como una cortesía que tuvimos con algunos otros jefes de Estado en el rancho de don Juan Sánchez Navarro, en Teotihuacán.

Contra el acuerdo expreso de nuestras cancillerías de no abordar temas sustanciales materia de la visita, Sarkozy se lanzó con todo a abordar el tema de la señora Cassez desde el almuerzo con nuestras esposas. Le dije que era un asunto que deberíamos tratar al día siguiente, por tener ese encuentro un carácter estrictamente social y de amistad, pero él insistió. Llegó a confesarme: “Bueno, debes saber que en Francia ninguna persona está en la cárcel más de 10 años”, que Florence estaría en una cárcel cerca de la casa de sus padres, a los que visitaría los fines de semana, y que la liberarían, pero que me prometía no hacer nada “antes de tus elecciones” (las intermedias de 2009). Cuando su esposa abordó el tema, tanto Margarita como yo fuimos muy claros y contundentes acerca de la grave problemática del secuestro en México y de lo que había pasado con la señora.

Florence Cassez era pareja sentimental del jefe de una peligrosa banda de secuestradores. En atención a las evidencias, las cuales incluían los testimonios de las víctimas, las operaciones del jefe de la banda, quien había sido su pareja, habitaba la misma casa donde habían sido liberadas las víctimas, jueces y magistrados en primera y segunda instancia y en el amparo condenaron a prisión a la banda, incluyendo a Florence Cassez, por el delito de privación ilegal de la libertad.

Condenados en última instancia, estábamos en presencia de lo que los abogados llaman un “caso firme”, o “cosa juzgada”. Ocurrió también, desgraciadamente, que el día de su captura, una vez que se tuvo conocimiento del operativo, alguien en el gobierno anterior avisó a las cadenas televisoras, que entonces tenían una influencia abrumadora en las decisiones de gobierno, del operativo de captura. Éstas insistieron en tener la cobertura en vivo de los hechos y la gente de comunicación se los concedió.

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A llegar las cámaras de televisión al momento en que se desarrollaba el rescate de las víctimas en el inmueble donde estaban secuestradas, las dos cadenas televisoras hicieron enlaces con sus reporteros, quienes transmitían en vivo, que pidieron que se recrearan los hechos, y sus reporteros señalaban que los hechos ocurrían prácticamente en ese momento. Habían ocurrido minutos antes, estando ahí presentes las víctimas como los secuestradores. Sin embargo, eso justificó después la liberación de Cassez, pues en opinión de los ministros que la liberaron —luego de una abrumadora presión diplomática y una obsecuente disposición del gobierno posterior al mío—, el hecho de que los delincuentes hayan aparecido en la televisión en el momento en que se liberaba a las víctimas había contaminado el criterio de los jueces que los sentenciaron... cosa que en mi opinión era improcedente, porque los jueces nunca tomaron como evidencia la transmisión de la noticia, y porque las evidencias del caso y los testimonios de los testigos eran pruebas absolutamente relevantes, determinantes y coherentes entre sí. Los jueces habían administrado justicia a las víctimas, con base en las evidencias a su alcance, y no en la cobertura noticiosa.

En fin, ese día y los dos días siguientes que duró la visita de Estado, el Presidente Sarkozy fue insistente y machacón y llegó a velar alguna amenaza, diciendo que yo “no conocía la historia que daba fe del poder diplomático de Francia”, a lo que yo le contesté: “Quien no la conoce es usted —aludiendo a la batalla del 5 de mayo—, porque entonces sabría de lo que somos capaces los mexicanos”. Y más allá de nuestras enormes diferencias políticas, entre los mexicanos de diversos partidos se formó un verdadero consenso en el sentido de rechazar las pretensiones de Sarkozy. No obstante que se había acordado que en su visita tanto a la Cámara de Diputados como a la de Senadores no se abordarían más que asuntos de cortesía y protocolarios, el Presidente francés abundó el tema en ambas, llevándose un rechazo contundente de todos los partidos políticos sin excepción, además del rechazo de la prensa y los editorialistas. Era evidente que había hecho un mal cálculo. Como llegó a deslizar, lo más fácil —para él—, era llevarse en su propio avión de regreso a Florence Cassez. Pero ni México era una excolonia francesa marginada y pobre, ni Florence era una hermana de la caridad a cargo de un orfanatorio. Por supuesto, el Presidente francés regresó a Francia con las manos vacías.

Después de aquella visita Sarkozy quedó muy agraviado y no perdió oportunidad de ser ofensivo. Su canciller declaró que continuarían con las celebraciones del Año de México en Francia, pero que promoverían que cada uno de los eventos conmemorativos fuera utilizado para recordar la injusticia que sufría aquella ciudadana francesa. Nosotros dijimos públicamente que queríamos a Francia, pero que era un contrasentido convertir eventos inspirados por la amistad en actos de hostilidad y que cancelábamos entonces el Año de México en Francia.

La tensión siguió. Al poco tiempo Nicolás Sarkozy anunció que una multimillonaria inversión que haría la empresa de helicópteros Eurocopter, entre cuyos accionistas estaba el gobierno francés, ya no se haría en México, sino en Brasil. Pocas horas después del anuncio me hablaba el propio director de la empresa para decirme, apenado, que se arrepentía de lo que había dicho su Presidente; que las decisiones de Eurocopter se tomaban con un criterio de negocios, no en función de intereses políticos del Presidente francés, y que, aunque el gobierno tenía una importante presencia accionaria, las decisiones se seguirían tomando en Eurocopter según lo que más convenía a la empresa. Que comprendiera que por prudencia él no podía contradecir públicamente al Presidente, pero que por supuesto me aseguraba que la inversión se haría en México, porque era el país más competitivo para hacerla, y así fue.

Sarkozy anunció al mismo tiempo que haría una visita de Estado a Brasil, según él su gran aliado en América Latina. Y en efecto, con bombo y platillo se anunció que él y su esposa habían pasado unas maravillosas vacaciones de Navidad en las costas brasileñas, tras lo cual anunciaría inversiones francesas multimillonarias en dicho país. Tiempo después, tendría lugar otra cumbre de jefes de Estado en América Latina. Al finalizar ésta, estábamos en el almuerzo que se suele ofrecer a los mandatarios fuera ya de agenda. En una mesa redonda estábamos: a mi derecha Lula, hacia su derecha Hugo Chávez, a mi izquierda el Presidente Torrijos de Panamá —con quien llevé una excelente relación—, más a su izquierda Zelaya de Honduras y otros mandatarios más. Mientras comíamos, Lula y Chávez no dejaban de conversar, casi a gritos, pavoneándose de sus hazañas: Chávez hablaba de que había comprado un millón de fusiles para armar “al pueblo venezolano” en la defensa de su soberanía. Imagino que muchos de esos fusiles son los que ahora se disparan cobardemente en contra del pueblo venezolano por parte de las brigadas rojas bolivarianas. Lula a su vez se ufanaba de su “nuevo amigo”, el Presidente Sarkozy, que había estado en Brasil y había pasado unas “extraordinarias” vacaciones de fin de año con Carla Bruni, su esposa.

La conversación fue subiendo de tono, literal y figurativamente. Luego, por supuesto, mencionó el tema de Eurocopter: “Mi amigo Sarkozy —decía Lula— me ofreció que Eurocopter invirtiera miles de millones de euros en Brasil, y yo le dije que el primer cliente sería el gobierno brasileño, porque el Ejército brasileño le compraría 60 helicópteros para hacer la mayor fuerza aérea de América Latina”. Yo sólo comía, escuchando, como inevitablemente teníamos que hacerlo todos los comensales, la charla del par, que estaban, como decimos en México, “como niños chiquitos”. Y Chávez, que no se quería quedar atrás, le dijo que ¡claro! Y que Venezuela compraría otros tantos para el Ejército Bolivariano... y de repente suelta: “¡Y juntos, Brasil y Venezuela, vamos a invadir México! Ja, ja, ja, ja”. Ambos soltaron una estruendosa carcajada, tras la cual se hizo un silencio en la mesa. Sentí como las miradas pesaban sobre mí. Yo seguí comiendo unos segundos, pero no resistí: dejé pausadamente mis cubiertos en el plato, levanté la vista hacia ellos, y les dije en voz clara y fuerte: “¡Y juntos, o por separado, nos la pelan a los mexicanos!” Volví a mi plato y seguí comiendo. Hubo alguna voz de estupor, luego silencio, hasta que Torrijos atinó a romperlo con algún comentario respecto de los acuerdos de la cumbre. Terminó el almuerzo, nos despedimos, seguí varios minutos pensando si me habían entendido lo que había dicho. “Por supuesto que te entendieron”, me dijo con una sonrisa alguno de los Presidentes amigos.

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