Cuando no alcanza a guardar lo suficiente, Claudia usa agua de garrafón para lavar alimentos o incluso sus manos si no tiene otra opción, pero intenta evitar esta alternativa porque cada botellón le cuesta 45 pesos.
“Me voy a gastar más en garrafones de lo que voy a ganar esta semana. Si no trabajo no gano, ya me dijeron que me mantuviera en mi casa y no sé si me van a pagar esta semana. Yo no trabajo para el gobierno”, dice la mujer, quien se dedica a la limpieza de oficinas y es el principal sostén económico de su familia.
En La Patera Vallejo, un conjunto de 140 edificios con 2,800 departamentos, la escasez inició desde hace dos semanas. Mientras los primeros edificios tienen suministro todo el día, a partir del edificio 90 en adelante las cisternas están casi vacías.
Ahora, sin actividad en las escuelas y con las oficinas cerradas a causa de la propia contingencia, a Claudia le preocupa que la situación se agrave al aumentar el consumo.
“Toda la gente va a estar en sus casas y pienso que va a ser peor la escasez del agua”, advierte.
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