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Compañera presidenta, ¿qué implica tener a una mujer en la presidencia?

Las demandas y expectativas hacia una mujer en la presidencia están profundamente asociadas al reconocimiento, la redistribución y la representación de necesidades.
mié 03 julio 2024 06:01 AM
Mexican President-elect Claudia Sheinbaum announces members of her cabinet in Mexico City
No dejo de pensar en los enormes retos simbólicos y de facto que enfrentará Claudia Sheinbaum al convertirse en el Mando Supremo de las Fuerzas Armadas y encabezar las estrategias de seguridad en un país como el nuestro, señala Azucena Cháidez.

Escuché la canción de Vivir Quintana hace un rato. Compañera Presidenta. En un país profundamente machista, hemos elegido a una mujer como presidenta. En un lugar donde las violencias contra las mujeres están presentes en la narrativa pública y en la vida privada, donde hay enormes problemáticas vinculadas a madres buscadoras, mujeres desaparecidas, feminicidios y una cantidad importante de temas sin atender que afectan directamente la vida de mujeres madres solteras, cuidadoras de adultos mayores ¿qué implica una mujer en el cargo político más importante del país? ¿Tener una mujer en la presidencia nos dará una mayor perspectiva de género en las políticas públicas de nuestro país? ¿Veremos un cambio hacia un mayor respeto a las mujeres, una consideración como iguales en términos laborales y de convivencia? ¿Cuál es la demanda que hace el feminismo a una mujer en la presidencia?

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¿Qué implicará una mujer presidenta? Implica una tonelada de expectativas y prejuicios que no se tendrían de un hombre. Se espera que se rompa el techo de cristal y enfrentar un escrutinio diferenciado: no sólo será la gestión de un país convulso y con enormes necesidades, sino la emocionalidad vinculada a la gestión. No sólo será el tono sino el vestido. Y al mismo tiempo, implica la expectativa de hacer una diferencia positiva hacia las mujeres- y las niñas- de este país, de visibilizarnos y escucharnos, de vernos reflejadas en políticas públicas que nos representen. En romper los moldes y atraer símbolos y narrativas frente a un poder político predominantemente masculino.

Desde mi perspectiva las demandas y expectativas hacia una mujer en la presidencia están profundamente asociadas al reconocimiento, la redistribución y la representación de necesidades. Es una demanda de justicia social histórica, en el más puro acercamiento a Nancy Fraser. La demanda es ser vistas como un ser humano complejo con los mismos derechos y obligaciones que todos. Es la visibilidad de la realidad desde una óptica femenina: romper con todos esos constructos que históricamente han sido barreras a la presencia de mujeres en la vida pública y que hoy se ven cuestionadas de fondo, tales como la capacidad de desarrollar tareas directivas o la actitud hacia situaciones dolorosas, difíciles o que requieran decisiones firmes.

La demanda inevitablemente asociada es la igualdad: la visibilidad del trabajo no remunerado, de la violencia normalizada contra las mujeres, de las tareas que duplican la carga invisible de los cuidados: trato igual no sólo frente a la ley sino frente a sus emisarios. La igualdad no hace sentido en el discurso vacío, sino las acciones que se esperan en la vida pública para reconocer esta situación, atenderla y en eventualmente, emparejar el piso.

Una mujer en este rol de mando es un símbolo poderoso. No dejo de pensar en los enormes retos simbólicos y de facto que enfrentará Claudia Sheinbaum al convertirse en el Mando Supremo de las Fuerzas Armadas y encabezar las estrategias de seguridad en un país como el nuestro. Pero una mujer en este papel es un símbolo. Y los símbolos con ese alcance penetran de manera continua y callada en la mente de quienes los reciben. Son parte de una narrativa que se va construyendo en torno a una creencia.

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Y aún si no observamos cambios de inmediato, si la vida pública sigue una inercia profundamente masculina, tener a una mujer a cargo simboliza el inicio de un cambio en la inercia. Y las tendencias son así: basta con un quiebre sostenido, para hacer una diferencia en el futuro. Imaginemos el impacto que algo así tendrá en las infancias que hoy verán a una mujer dirigir el país. Ya no es un mito, para ellas que crecen sabiendo que pueden dirigir, podríamos esperar un futuro más equitativo.

Por eso es tan poderoso pensar en que una mujer en la presidencia de México implica sobre todo, un cambio en la narrativa de lo que podemos ser y hacer. Implica, aún si hay deudas que no se van a resolver de inmediato, un paso hacia reconocernos como capaces en muchos ámbitos que se han pensado como exclusivos de los hombres. Implica un símbolo de cambio que veremos de manera crítica y esperanzadora.

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Nota del editor: Azucena Cháidez es directora general de SIMO. Síguela en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.

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