Tradicionalmente, en las elecciones presidenciales alrededor de 60% de las personas que pueden votar lo hacen: en 2012 y en 2018 la proporción fue de 62% y 63%, respectivamente. En 1994 se registró un máximo histórico de 77% , pero no se ha visto nada parecido desde entonces. ¿Será que nos acerquemos en este año? ¡Ojalá que sí!
Votar es una obligación y un derecho que tiene implicaciones y puede alterar la planeación de los partidos políticos.
Empecemos por las razones que yo veo para acudir a las urnas, las cuales les podrían servir para convencer a quienes todavía lo dudan:
1. Es una responsabilidad de las y los ciudadanos. Es la forma más básica en la que participamos en las decisiones públicas del país. Aquí se demuestra una de las principales lecciones de civismo que aprendimos en la infancia.
2. Es un derecho a través del cual podemos expresar el tipo de país, de estado, de ciudad y de leyes o normatividad que queremos. Es cierto que no necesariamente se cumplirá nuestra voluntad individual, pero dormiremos tranquilos por haber hecho lo que podíamos hacer en este momento.
3. Es una vía para legitimar al gobierno entrante, pero también para demostrarle a las nuevas autoridades que estaremos vigilando y que somos capaces de unirnos para aprobar sus acciones o para castigarlas en futuras ocasiones según sus resultados.
Es fundamental considerar que lo que sea que decidamos hoy tendrá implicaciones, incluso para quienes no estén conformes con las opciones. Si deciden no votar, automáticamente apoyan al partido en el poder. Si deciden anular su voto, apoyan al partido en el poder. ¿Eso es lo que buscan? ¿Es esa la manera en la que quisieran manifestar su descontento?
Como en las escondidillas, sal y cuenta –con tu voto– “1, 2, 3 por mí y por todos mis compañeros”. Grita de forma institucional qué país quieres tener para ti, para tu familia y para la gente que quieres.