Antes del acto de votar, existió una serie de comunicaciones e interacciones previas que conectaron tanto superficial como profundamente con nuestros deseos biológicos conscientes e inconscientes. Por un lado, la familiaridad generada por la identidad facial, el nombre y los logotipos de los candidatos, reforzada por incesantes repeticiones, alimenta una cascada de disponibilidad (Kahneman, 2011) que genera confianza y preferencia en el potencial votante. Por otro lado, los mensajes y connotaciones simbólicas que acompañan estas repeticiones mediáticas construyen un valor percibido al representar deseos cumplidos, conservados, incumplidos o perdidos.
En términos más sencillos, las campañas políticas repetidas muchas veces nos hacen sentir que conocemos al candidato y lo relacionamos consciente e inconscientemente con la oportunidad de obtener —o no— lo que queremos en distintos niveles.
Considerando lo anterior, podemos entender que las estrategias más efectivas serán aquellas que tienen mayor repetición y logran conciliar con los motivadores biológicos humanos definidos principalmente a nivel instintivo (genético), neurofisiológico (emocional) y psicológico.
Por ejemplo, preferiré y valoraré mucho más a aquella opción que me haga sentir especial, parte de un grupo, seguro, libre, poderoso, escuchado y reconocido. Todos estos son condicionamientos definidos genéticamente que buscamos todos como Homo sapiens.
Una vez dado este proceso de precomunicación, lo que sucede en el momento del voto, a nivel neural, es fascinante:
- El tálamo nos permitirá percibir los estímulos sensoriales, como ver la boleta y su contenido.
- El hipotálamo, guardián del balance corporal conocido como homeostasis, junto con otras estructuras del sistema límbico, impulsará la elección que detone inconscientemente una reacción fisiológica (emocional) positiva. Este efecto se conseguirá si el candidato fue consistente con su mensaje y logró anclar (relacionar) un sentimiento específico con su nombre o logotipo.
- El hipocampo, tesorero de las memorias más vetustas, admitirá que recordemos aquellos mensajes que generaron mayor intensidad emocional y fueron más frecuentes (Schacter, 2001), los cuales influirán más fuertemente en nuestra elección.
- Los ganglios basales, operadores de los sistemas motores, nos concederán los movimientos necesarios para llegar al módulo y marcar la boleta.
- La amígdala, arquitecta de la semántica límbica, conectará los estímulos visuales como nombres y logotipos con sus significados emocionales.
- El córtex cingulado anterior, intérprete entre la intuición y la razón, nos revelará conscientemente a quién preferimos con base en lo que nos hace sentir mejor.
- El lóbulo frontal, ingeniero de la mente, nos mostrará una serie de argumentos racionales que complementarán y reforzarán la decisión. Es importante reconocer que su influencia es mínima contra la injerencia emocional, instintiva e intuitiva. En el siglo XXI, desafortunadamente, las elecciones en un país no se ganan principalmente con razones lógicas.
- Finalmente, el cuerpo calloso, interlocutor artístico, crea un puente entre el hemisferio izquierdo y derecho del cerebro y permite tejer nuevos pensamientos que impactan dentro y fuera de la mente para modelar el futuro. Es decir, interrelaciona ideas en todos los niveles y nos regala el don más extraordinario que tenemos como humanidad: la creatividad. Esta facultad nos permite imaginar el porvenir que modelará nuestra decisión.