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#ZonaLibre | No se trata de ellos

Vivimos en un tiempo democrático que debe hacernos madurar como ciudadanos, para comprender que no está en los actores electorales la redención del país, pero sí en nuestra acción cotidiana.
vie 23 febrero 2024 06:06 AM
Así es la última estrategia de AMLO para desaparecer al IFT
Rumbo al inicio de las grandes campañas políticas, el presidente se impone como si fuese el administrador de todos los mexicanos; quiere darnos un mensaje contundente: “Yo goberné, gobierno y seguiré gobernando a través de mi sucesora”, apunta Caleb Ordóñez.

“Había más recato”, lo dice sonriendo.

El presidente Andrés Manuel López Obrador se confiesa ante el país, nos delata que solía hablar con el exministro presidente de la Suprema Corte, Arturo Zaldívar, para que interviniera en ciertos procesos judiciales.

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Pareciera que López Obrador habla en un mundo al revés. Para el ejecutivo, las órdenes disfrazadas de acuerdos hacia el presidente del tribunal no solo deben de ser toleradas, sino ejecutadas con elegancia. Como si estuviéramos en los años 60’s.

Confiesa sin recato: “(Ahora) Los jueces ordenan que se libere a un delincuente en horas, no 72 horas, en 24 horas, y un sábado y tenemos que andar pendientes para ver si no tiene otras órdenes de aprehensión, en algunos casos sí y ya no salen, pero cuando se daban estos hechos y estaba Zaldívar, se hablaba con él y él podía, respetuoso de las autonomías de los jueces, pero pensando en el interés general, pensando en la justicia, en proteger a los ciudadanos ante el crimen, hablaba con el juez y le decía ‘cuidado con esto’”. Refiriéndose a la prisión domiciliaria del empresario Emilio Lozoya.

El presidente no solo muestra su resentimiento a la ministra Norma Piña por las puertas cerradas la corte que ostenta. También envía un mensaje que retrata su confianza de culminar el sexenio con un profundo poder ejercido, lo cual, a su parecer, debe de ser aplaudido por sus múltiples seguidores. Pretende que lo recuerden como un gobernante “todopoderoso”.

Sus números de aprobación quizá lo hacen sentir tan cómodo que convierte de un pésame por la muerte de un excolaborador, en un reclamo airado contra su oposición, que ya da algunas señales de vida.

El síndrome del administrador

Todos tenemos un pequeño dictador por dentro. Si no, pregúntele a su administrador de algún grupo de WhatsApp al que pertenezca.

Ser administrador de un grupo en WhatsApp es divertido por varias razones. En primer lugar, se tiene el poder de crear un espacio interactivo donde las personas pueden compartir ideas, chistes y momentos divertidos. Puedes organizar eventos, jugar y mantener conversaciones animadas. Además, como administrador, puedes personalizar el grupo con nombres creativos y emojis, lo que agrega un toque de diversión y originalidad. También tienes la responsabilidad de mantener el orden y resolver conflictos, lo cual puede ser desafiante pero gratificante. Ser administrador te permite estar al tanto de lo que está sucediendo en el grupo y participar activamente en las conversaciones. En resumen, ser administrador de un grupo en WhatsApp te brinda la oportunidad de conectar con otras personas de manera divertida y creativa, mientras ejerces un rol de liderazgo y facilitas la comunicación.

Pero, ¿qué sucede cuándo todo ese poder acumulado está en las manos equivocadas? ¿Qué pasa cuando el administrador enloquece e impone sus reglas, incluso expulsando a sus propios amigos o familiares del grupo por discusiones estériles o con tintes personales?

Todos lo hemos vivido. Quizá hemos sido ese pequeño dictador alguna vez. Entonces toda la diversión por ser administrador se acaba.

Rumbo al inicio de las grandes campañas políticas -de las que seremos víctimas- el presidente se impone como si fuese el administrador de todos los mexicanos; quiere darnos un mensaje contundente: “Yo goberné, gobierno y seguiré gobernando a través de mi sucesora”.

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La decadente farsa partidista

Ya no sabemos si causa gracia o tristeza ver el supuesto sorteo de Morena para definir los candidatos al Congreso de la República por la vía plurinominal: el hermano del presidente, José Ramiro López Obrador; Rafael Barajas Durán “Fisgón”; el estratega de comunicación federal, Jesús Ramírez Cuevas; la íntima amiga de AMLO, Jesusa Rodríguez; entre otros nombres de personajes identificados 100% con el obradorismo.

Mario Delgado se ha prestado una vez más al circo, teniendo que poner la cara ante el desprestigio, a fin de dejar en las listas, los nombres de quienes cuidarán el legado de su jefe máximo, su líder moral.

La oposición no está exenta de decisiones arbitrarias y decepcionantes. Liderazgos hegemónicos, como el de ‘Alito’ Moreno en el PRI, han fracturado su partido a niveles nunca antes vistos, donde se han registrado miles de renuncias en todo el país. Su tiranía ha pegado más que el chicle de Xóchitl Gálvez en una silla del INE.

O el hecho de que el presidente de Movimiento Ciudadano mande a su propio hijo Dante Delgado Jr. para contender por una senaduría, solo fue el preámbulo para luego nombrar de candidata a la adversaria de ese mismo partido, Sandra Cuevas, para la Cámara alta en la Ciudad de México, situaciones que la coordinadora de campaña Patricia Mercado ya no soportó más y mejor renunció.

Y así, decenas de decisiones funestas, donde abunda el nepotismo, chapulineo, traiciones y negociaciones incomprensibles, solo retratan cómo los tiempos electorales desenmascaran a los políticos y esto contribuye a la enorme decepción colectiva contra ellos.

Y no importa el color, las siglas o la ideología. Todos han decidido arrebatar un trozo del pastel. No importa lo que les represente, lo que cueste; no cambian, ni evolucionan.

Porque los políticos son humanos, porque a pesar de su palabrería, su ejemplo no convence. Siguen utilizando el “servicio” como “negocio”.

Y no, ninguno cambiará.

Pero esto no debe causar desesperanza, sino enfoque.

Vivimos en un tiempo democrático que debe hacernos madurar como ciudadanos, para comprender que no está en los actores electorales la redención del país, pero sí en nuestra acción cotidiana.

Ni Claudia ni Xóchitl representan la transformación del país. Ellas y los más de 20,000 próximos candidatos a algún puesto público son simples seres humanos que juegan al papel de políticos, donde prometer hasta lo imposible será su herramienta.

No enloquezcas por ninguno de ellos.
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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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