La decadente farsa partidista
Ya no sabemos si causa gracia o tristeza ver el supuesto sorteo de Morena para definir los candidatos al Congreso de la República por la vía plurinominal: el hermano del presidente, José Ramiro López Obrador; Rafael Barajas Durán “Fisgón”; el estratega de comunicación federal, Jesús Ramírez Cuevas; la íntima amiga de AMLO, Jesusa Rodríguez; entre otros nombres de personajes identificados 100% con el obradorismo.
Mario Delgado se ha prestado una vez más al circo, teniendo que poner la cara ante el desprestigio, a fin de dejar en las listas, los nombres de quienes cuidarán el legado de su jefe máximo, su líder moral.
La oposición no está exenta de decisiones arbitrarias y decepcionantes. Liderazgos hegemónicos, como el de ‘Alito’ Moreno en el PRI, han fracturado su partido a niveles nunca antes vistos, donde se han registrado miles de renuncias en todo el país. Su tiranía ha pegado más que el chicle de Xóchitl Gálvez en una silla del INE.
O el hecho de que el presidente de Movimiento Ciudadano mande a su propio hijo Dante Delgado Jr. para contender por una senaduría, solo fue el preámbulo para luego nombrar de candidata a la adversaria de ese mismo partido, Sandra Cuevas, para la Cámara alta en la Ciudad de México, situaciones que la coordinadora de campaña Patricia Mercado ya no soportó más y mejor renunció.
Y así, decenas de decisiones funestas, donde abunda el nepotismo, chapulineo, traiciones y negociaciones incomprensibles, solo retratan cómo los tiempos electorales desenmascaran a los políticos y esto contribuye a la enorme decepción colectiva contra ellos.
Y no importa el color, las siglas o la ideología. Todos han decidido arrebatar un trozo del pastel. No importa lo que les represente, lo que cueste; no cambian, ni evolucionan.
Porque los políticos son humanos, porque a pesar de su palabrería, su ejemplo no convence. Siguen utilizando el “servicio” como “negocio”.
Y no, ninguno cambiará.
Pero esto no debe causar desesperanza, sino enfoque.
Vivimos en un tiempo democrático que debe hacernos madurar como ciudadanos, para comprender que no está en los actores electorales la redención del país, pero sí en nuestra acción cotidiana.
Ni Claudia ni Xóchitl representan la transformación del país. Ellas y los más de 20,000 próximos candidatos a algún puesto público son simples seres humanos que juegan al papel de políticos, donde prometer hasta lo imposible será su herramienta.
No enloquezcas por ninguno de ellos.
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