Las elecciones, sin duda, han sido y seguirán siendo el gran tema de conversación para 2024. No me refiero solo a las de México y Estados Unidos, que son las que más impacto tienen para nosotros, sino en general a las más de 70 elecciones que se han celebrado o se celebrarán alrededor del mundo. Muchos consideran los procesos electorales como una celebración de la democracia; sin embargo, la noción de democracia es compleja y multifacética. Al mirar a Rusia, Irán o Venezuela, es claro que las elecciones no siempre son sinónimo de democracia, pero también es importante reconocer que las democracias no necesariamente son iguales entre sí.
Elecciones 2024: desafíos de la democracia en el Siglo XXI
Dos países que ya celebraron elecciones en 2024, Taiwán y El Salvador, sirven como ejemplos perfectos para ilustrar este punto. Taiwán es considerada una democracia "plena", ya que cuenta con una robusta participación, libertades civiles y un gobierno transparente que combate eficazmente la interferencia extranjera y tiene un sistema de gobierno semipresidencialista con una división de poderes claramente delineada. Por otro lado, El Salvador tiene un sistema presidencialista y, aunque ha realizado avances significativos desde el final de su guerra civil en 1992, la actual administración de ese país ha sido criticada por erosionar la independencia del poder judicial y legislativo como producto de su lucha contra la inseguridad.
No estoy emitiendo un juicio de valor sobre ninguna de las dos, pero sí es crucial comprender que la manera en la que operan las democracias depende de la situación particular de cada país. Aunque actualmente Taiwán es una democracia plena, se pueden trazar ciertos paralelismos entre El Salvador actual y el Taiwán del siglo pasado, donde, bajo el régimen del Kuomintang, el país se caracterizó por la represión política, la censura y las limitaciones a las libertades civiles. Bien decía el filósofo José Ortega y Gasset: "Yo soy yo y mis circunstancias", frase que se aplica también a la democracia, pues está condicionada por la idiosincrasia y el contexto de cada país.
Mentalmente, tendemos a agrupar las democracias en una categoría y asignarles ciertas características, pero en la práctica son muy diversas. Así como la democracia en la Atenas clásica difiere enormemente de la democracia americana de Jefferson y Hamilton, cada democracia de hoy refleja una evolución única. La paradoja aquí es que, a pesar de la evolución y diversidad de las democracias alrededor del mundo, muchas de las advertencias hechas en el pasado acerca de estas siguen siendo iguales o más válidas hoy en día.
De todas las advertencias y críticas emitidas, desde Platón hasta Chomsky, me parece que la más relevante hoy es la que Alexis de Tocqueville denominó como "despotismo suave", que podría surgir en democracias donde el poder se centraliza y la libertad individual se erosiona de manera sutil. En nuestra era digital, esta advertencia adquiere nuevas dimensiones. El auge del Big Data, la Inteligencia Artificial y las extensas bases de datos son herramientas poderosas que, aunque tienen el potencial de optimizar la gestión pública, también plantean serias cuestiones sobre privacidad y autonomía personal. Estas tecnologías, que influyen desde la información que consumimos hasta decisiones fundamentales en nuestras vidas, como lo puede ser una elección democrática, subrayan la necesidad de equilibrar innovación y derechos individuales.
Mirando hacia el futuro, la democracia enfrenta el desafío de adaptarse y preservar sus principios fundamentales en un mundo cada vez más digital. La participación activa de los ciudadanos y una educación que fomente el pensamiento crítico y la comprensión de los sistemas políticos se vuelven indispensables.
Asimismo, es crucial garantizar la independencia de las instituciones y proteger tanto las libertades individuales como colectivas frente a las nuevas formas de control y vigilancia. En este sentido, la democracia debe buscar un equilibrio entre aprovechar los beneficios de la tecnología para mejorar la participación y transparencia, mientras se defiende contra las amenazas que estas mismas herramientas pueden representar para la privacidad y la integridad electoral.
La construcción de un futuro democrático resiliente requerirá un compromiso renovado con estos valores fundamentales, adaptándolos a las realidades de nuestra era digital.
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Nota del editor: Alfredo Careaga es egresado de Actuaría y Dirección Financiera del Instituto Tecnológico Autónomo de México y cuenta un MBA de IESE Business School. Tiene amplia experiencia en el sector asegurador y reaseguro, trabajando en México, Estados Unidos y Reino Unido. Es un apasionado del fútbol americano y la música, y actualmente se desempeña como Director de Nuevos Negocios de THB México. Síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.