Publicidad
Publicidad

#ColumnaInvitada | 'Antiestrategia': Xóchitl juega en la cancha de AMLO

Xóchitl Gálvez es un personaje que por la historia personal que ha contado a lo largo de su vida pública, se resbala entre las etiquetas de AMLO y no encuadra en sus categorías.
lun 07 agosto 2023 06:01 AM
AMLO-xochitl-galvez
El desafío para Xóchitl Gálvez, que ya juega en la cancha del presidente, es capitalizar a los votantes que en 2018 le dieron la confianza a López Obrador y que hoy se sienten decepcionados, apunta José Manuel Urquijo.

Prácticamente todos los manuales o recomendaciones de consultoría política y comunicación estratégica recomiendan que al participar en una campaña electoral “juegues en tu cancha” para que la competencia sea más fácil a tus objetivos, y que traigas a tus contrincantes a esa cancha que tú puedas dominar. Dice Mark Thompson en su libro ‘Sin palabras ¿qué ha pasado con el lenguaje de la política?’, que “el poder emana del dominio del lenguaje público”, y el presidente lo entiende perfecto: en cinco años logró crear nuevas categorías y parámetros en el inconsciente colectivo de los mexicanos que le son favorables a su proyecto y que en cambio dificultan el juego político a la oposición.

Publicidad

Sin embargo, hay un personaje que, contrario a lo que dicen esos manuales de comunicación, ha decidido jugar con las reglas del juego que hoy dominan la arena pública. Se trata de la senadora Xóchitl Gálvez, quien ha irrumpido en la contienda moviendo el escenario y dándole más sabor a lo que hasta hace un mes parecía un día de campo para las “corcholatas” del presidente. ¿Pero por qué la irrupción de Xóchitl Gálvez en la contienda presidencial se ha convertido en un fenómeno mediático y de redes sociales?

Desde la llegada del presidente Andrés Manuel López Obrador, en México inició no sólo una nueva etapa en política social y en la visión de nación, sino sobre todo en la institucionalización de nuevos marcos conceptuales y categorías distintas para interpretar el acontecer público de nuestro país. Esa nueva narrativa pública, que AMLO ha construido para convertirla en arena tersa para gobernar, ha sido un campo sumamente complejo para jugar tanto para las corcholatas como para la mayoría de los aspirantes del Frente Amplio por México.

A partir de 2018 se abrió con más fuerza una nueva conversación en la sociedad sobre el racismo, el clasismo, la discriminación o los derechos de las personas LGBT+; en el discurso público, se sustituyeron las interpretaciones jurídicas hacia concepciones más enfocadas a valores morales, donde lo correcto no necesariamente es lo que diga la Ley o la Constitución, sino la interpretación que AMLO hace de los hechos y que transmite a su base como valores universales para que sean asumidos como tal socialmente.

Desde entonces se inscribieron nuevas categorías a la narrativa pública del país que fueron bien aceptadas por una mayoría de mexicanos que han adoptado esas nuevas interpretaciones y las han convertido en parte del lenguaje cotidiano: se le da más valor a lo público, se prioriza en el discurso a los pobres y la cultura indígena, se castiga la frivolidad, se señalan los privilegios como parte de los problemas del país para combatir la desigualdad y se cancela a quienes ejercen discriminación o violencia contra las mujeres.

La corrupción se convirtió en la principal bandera de campaña de AMLO para llegar a Palacio Nacional, y sus acciones de Gobierno que discursivamente contrasta día tras día con las administraciones pasadas, se han reducido a una eterna promesa de combatirla. La popularidad y aceptación del presidente no radica en lo exitoso de sus resultados, sino más bien en capitalizar los peores odios que la mayoría de los mexicanos sienten por los partidos y políticos del pasado, y en la forma en que AMLO nos lo recuerda todos los días desde su conferencia mañanera de una forma tan magistral, que como arte de magia pareciera hacer invisible para el público que él mismo ha sido parte de todo ese pasado.

En octubre del año pasado ‘destapó’ a 42 opciones que tenía la oposición para competir contra Morena, y desde entonces el presidente no ha desaprovechado la oportunidad de caricaturizarlos y exhibirlos como políticos que representan el pasado y que encajan en las categorías que ha integrado a la narrativa pública como el racismo, el clasismo, la simulación, los corruptos, conservadores, frívolos, anti derechos o hipócritas.

Quizá por los parámetros de “moralidad” que AMLO impuso la oposición y sus principales representantes, el PRI, PAN y PRD nunca han superado en conjunto el 35% de la intención de voto, y durante los primeros cuatro años de este sexenio la oposición simplemente se había percibido desorientada y sin posibilidades reales de competirle a Morena en el 2024.

Sin embargo, luego de que la senadora Xóchitl Gálvez anunciara sus aspiraciones presidenciales, las cosas cambiaron y se percibieron nuevos ánimos para los partidarios de oposición; ¿qué sucedió? ¿Por qué Xóchitl Gálvez está logrando emocionar a un sector importante de la población? ¿Por qué el presidente la ataca en sus conferencias mañaneras?

A diferencia de Enrique de la Madrid, hijo de un expresidente; Santiago Creel, un político tradicional y abogado de grandes empresas; Beatriz Paredes, una política de larga trayectoria en el PRI; o la propia Lilly Téllez, que se manifestó abiertamente ultra conservadora, Xóchitl Gálvez es un personaje que por la historia personal que ha contado a lo largo de su vida pública, se resbala entre las etiquetas de AMLO y no encuadra en sus categorías. De ahí el empeño desde Palacio Nacional de buscar a como dé lugar descalificar la legitimidad de la senadora.

A pesar de la exposición mediática que ha tenido en el último mes, la aspirante del Frente Amplio por México es poco conocida en el territorio nacional; la última encuesta de Enkoll para El País y W Radio ubica a la senadora con un 33% de nivel de conocimiento, es decir, apenas uno de cada 10 mexicanos sabe quién es. De ahí que se explica también el apremio del presidente para “ayudarle” en aumentar su nivel de posicionamiento, pero de manera negativa.

Publicidad

Con ese objetivo, desde las mañaneras el presidente sin haber demostrado nada ha acusado a Xóchitl Gálvez de ser una empresaria corrupta y de dudosa reputación; así como de ser la candidata de los expresidentes Carlos Salinas de Gortari y Vicente Fox, del empresario Claudio X. González y “de otros traficantes de influencia” que buscan “regresar por sus fueros para seguir saqueando al país”. Una intención directa de asociarla con adversarios que encajan perfectamente en la resignificación de la historia que él ha construido, que ha venido contando y que le será muy útil para la contienda electoral de 2024.

A un mes de que se defina quién será el o la responsable nacional para la construcción del Frente Amplio por México, ergo el candidato de la oposición, la senadora Gálvez no puede subestimar que justo por el potencial de crecimiento que está demostrando, los embates del oficialismo no cesarán, sino por el contrario, ante la falta de mecanismos que tienen el INE y el TEPJF de sancionar al presidente, éste aumentará su misión de desacreditarla con una vinculación directa a lo peor del pasado.

La senadora está jugando en la cancha del presidente, con sus símbolos, con el lenguaje que AMLO ha impuesto en la opinión pública, está jugando en medio de las filias y fobias que hoy determinan quién es bueno o malo, de acuerdo con esos parámetros. Sin embargo, ¿le alcanzarán sus habilidades comunicacionales, su creatividad, su discurso e historia personal para arrebatarle a Morena los votos que necesita? Porque sola, con los votos que hoy aporta la oposición o el antiobradorismo, no logrará ganar la presidencia de la República.

Xóchitl Gálvez ha resultado una gran candidata en términos de entender los nuevos códigos no sólo culturales sino de comunicación, tecnológicos y de redes sociales. Ha resultado ser ágil para responder al presidente y colarse en la agenda de los medios. Sin embargo, el desafío para la aspirante que ya juega en la cancha del presidente es capitalizar a los votantes que en 2018 le dieron la confianza a López Obrador y que hoy se sienten decepcionados, pero que no encuentran una alternativa entre Morena y los partidos que ya tuvieron oportunidad de gobernar en el pasado. La tarea parece difícil pero no es imposible.

_________

Nota del editor: José Manuel Urquijo es maestro en Comunicación Política y Gobernanza Estratégica por la George Washington University, y consultor con experiencia en campañas políticas en México y Latinoamérica. Síguelo en Twitter y/o en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

Publicidad

Newsletter

Los hechos que a la sociedad mexicana nos interesan.

Publicidad

MGID recomienda

Publicidad