En México empezamos a escuchar sobre los procesos de no repetición, a partir de la carta que enviaría el gobierno a su contraparte española (pero que fue filtrada antes de que siquiera pudiese iniciar el diálogo) con la que se buscaba que España reconociera los - innegables - abusos cometidos durante la Conquista.
Además, existen varios botones de muestra: el Primer Ministro de Países Bajos, Mark Rutte, en diciembre pasado se disculpó por el papel de su país en la esclavitud y en el comercio de esclavos. Rutte se refirió a las más de 600,000 personas de África que fueron vendidos “como ganado”, y anunció un nuevo fondo para financiar iniciativas educativas que aborden las consecuencias de la esclavitud en su país y en sus anteriores colonias.
Meses antes, el rey Felipe de Bélgica expresó sus “arrepentimientos más profundos” por los atroces abusos de su país en Congo que acabaron con la vida de más de 10 millones de congoleses. En el 2021, Alemania y Namibia dieron un paso aún más significativo al alcanzar un Acuerdo de Reconciliación, en el que el gobierno alemán reconoció el genocidio en el país africano entre 1904 y 1908. El mismo año, el presidente Emmanuel Macron pidió al pueblo de Rwanda que perdonara a Francia por la inacción francesa ante el genocidio de 1994 en el que 800,000 Tutsis y Hutus moderados fueron asesinados.
México también se sumó a las prácticas por la no repetición. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, pidió perdón a la comunidad china por la masacre de Torreón de 1911 en la que 303 chinos murieron asesinados por las fuerzas revolucionarias. AMLO aseguró que “nunca más” el gobierno mexicano permitiría el racismo y la xenofobia.
Reconciliarnos con nuestro pasado es fundamental para entender y abrazar nuestro presente. El pasado aún obliga a distintos países a analizar medidas de reparación del daño o de compensación a las víctimas o sus descendientes; pero sin duda alguna, el reconocimiento público y las disculpas son indispensables para cerrar heridas.