En la política estadounidense, los tres indicadores más potentes de cómo le irá al partido gobernante en las elecciones son:
1) el voto "genérico", que muestra la preferencia de partido;
2) las estadísticas de "dirección correcta-dirección incorrecta", que es el sentir de la gente sobre el rumbo del país; y
3) los índices de aprobación presidencial.
Hasta el momento, en los tres, las tendencias no favorecen a los demócratas.
El consenso es que los republicanos ganarán fácilmente los cinco asientos que necesitan para tener el control de la Cámara de Representantes y que tienen muchas posibilidades de hacerse también del Senado. De cualquier forma, se puede esperar que Estados Unidos tenga un gobierno muy dividido, con estrechos márgenes de votos y con poca capacidad para gobernar con eficacia.
Pero, ¿qué significa esto para la relación México-Estados Unidos?
Si los republicanos recuperan la Cámara de Representantes, se encontrarán con una administración de Biden distraída que se enfrentará a las demandas republicanas de supervisión, investigaciones y posibles destituciones y que dedicará mucho más tiempo y capital político para intentar aprobar su propia agenda. Si los demócratas conservan el poder en el Senado, los republicanos de la Cámara de Representantes buscarán aprobar leyes que resuenen con su base electoral, aunque no puedan ser aprobadas en el Senado.
Si los Republicanos controlan una de las Cámaras del Congreso, la relación de trabajo con la administración del presidente López Obrador puede cambiar marcadamente. En primer lugar, los republicanos desean destituir a funcionarios con los que México ha trabado una relación cercana como el Secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, y al Fiscal General, Merrick Garland.
Adicionalmente, una Cámara de Representantes y un Senado republicano pueden centrar más su atención temas de inmigración y seguridad fronteriza, que son especialmente atractivos para sus electores.