#ZonaLibre | México y nuestro duelo social

Más allá de una celebración prehispánica, un rito o un festejo, los mexicanos hemos aprendido a convivir con la muerte. Le cantamos, la festejamos, es parte de nuestra cotidianidad.
México celebró el Día de Muertos en medio de una ola de violencia y una pandemia; ambas con miles de víctimas a cuestas.

México. Durante más de doce kilómetros, las calacas, los alebrijes, el mictlán, los colibríes, entre muchos otros personajes representativos de las festividades del Día de Muertos, marchaban por el paseo de Reforma para celebrar el desfile "Celebrando la vida", un homenaje a todas las personas acaecidas por la pandemia de Covid-19.

México tiene fiestas extraordinarias, hemos aprendido a celebrar por muchos motivos, uno de ellos es el festejo por el día de muertos, que nos diferencia de otras culturas.

La comida, los colores, las flores, música, las ceremonias, los altares, entre otros elementos, sorprenden cada año al mundo entero, enviando un mensaje contundente: “Los mexicanos se ríen hasta de la misma muerte”.

La convivencia entre el mexicano y la muerte es curiosa. Millones levantan altares a sus familiares y terminan “cenando” con ellos. A la muerte la comemos en pan y es sumamente dulce para nuestro paladar.

Pero más allá de una celebración prehispánica, un rito o un festejo, los mexicanos hemos aprendido a convivir con la muerte. Le cantamos, la festejamos, es parte de nuestra cotidianidad.

Sobre la indiferencia que mantiene el mexicano y la muerte, el poeta Octavio Paz señalaba "ante la muerte, como ante la vida –los mexicanos– nos alzamos de hombros y le oponemos un silencio o una sonrisa desdeñosa".

Es confuso cómo nos relacionamos tan cerca con “la parca”, ”la calaca”, ”la calavera”, ”la pelona”, ”la huesuda”, ”patas de alambre”, ”la catrina”, ”la chingada”, ”la tiznada”, entre otras decenas de motes que le hemos adjudicado a la muerte.

Diariamente, escuchamos de asesinados a montones, desde Tijuana hasta Tamaulipas; de Guanajuato a Quintana Roo. En nuestras ciudades vemos constantemente lugares acordonados, con agentes policiacos y forenses.

La muerte en el ambiente reina, controla, nos abraza y sujeta a una realidad que a muchos ya no sorprende.

La violenta furia

El pasado 29 de octubre, un joven de 22 años manejaba su camioneta a alta velocidad, fue perseguido por la policía de Cuautitlán Izcalli, decidió no pararse y darse a una tortuosa fuga. En su huida, chocó contra varios automóviles, para finalmente cruzar una caseta a alta velocidad, perder el control e impactarse contra unas rocas.

Luego de esto sería detenido junto a sus acompañantes. En redes, aparecería en un video, aún con vida pero malherido, sin que los policías se sorprendieran del sangrado y el daño que tenía amenazando su vida.

Su nombre era Octavio Ocaña, “Benito” para los millones de mexicanos que conocimos su excelente trabajo como actor, desde los seis años de edad en la popular serie “Vecinos”.

La noticia recorría toda la nación en pocas horas: Ocaña había muerto por un proyectil que atravesó su cabeza.

El resultado de los estudios científicos por parte de la Fiscalía del Estado de México determinaría que fue el mismo joven quien “por accidente” accionó su propia arma contra su vida.

Una desgracia que deja a su prometida, a sus padres, hermanas y amigos confundidos y desechos en tan violento suceso.

Es difícil no acongojarse y dolerse, al ver que una vida tan joven y prometedora –que ha sido parte de nuestra televisión nacional– termine de una manera tan atroz e inmediata.

Todavía hay muchas dudas por responder sobre lo que sucedió en esos momentos, entre ellas, ¿por qué tiene que tener una pistola para cuidarse diariamente?

Pero el horror social que ha causado la muerte del nobel actor nos confronta a una realidad con la que hemos aprendido a cohabitar, que tiene que ver con violencia, sangre y desenlaces trágicos. El pan de cada día en nuestro atribulado hogar llamado México.

Un reto individual

Muy pocos podrían sentirse felices de lo que hemos vivido los últimos años. La imparable hiper-violencia causada por el narcotráfico y sus batallas infinitas durante más de 15 años. Una pandemia que le arrancó la vida, al menos a 288,000 personas y un encierro plagado de ansiedad, insomnio, temor, tristeza y depresión.

Ese cóctel de flagelos ha ocasionado una experiencia de dolor y sufrimiento que se presenta ante una pérdida, que se presenta como un duelo social del que difícilmente podemos escapar la mayoría.

Regresar a la normalidad no ha sido nada fácil. La vida ya no es igual que antes y los desafíos son cada día más complejos. El reinventarnos tendrá que ser una opción vital a fin de sanar heridas que hemos ocasionado y nos han ocasionado, durante este ambiente de furia.

Será importante que el mensaje de los gobernantes y representantes públicos cambie drásticamente. Desde la cabeza, cuando el presidente frene ataques estériles contra sus enemigos diarios que presenta en sus “mañaneras”; así como la oposición convocando a burlarnos del tabasqueño –y denigrarlo– hasta por la mínima equivocación.

En lo personal, fue el primer día de muertos que pasé sin mi papá. La muerte ha pegado en lo más íntimo de mi núcleo familiar. Sé que la asistencia profesional ayuda, también lo hace el tiempo. Pero nada hace mejor bien que cambiar de actitud y enfrentar la vida con un mejor talante.

La abundante neblina de muerte no puede seguir siendo indiferente a una sociedad empática, que quiera ser una ayuda en la desgracia, el hambre o congoja que sufre su vecino.

Como decía la “cantora” chilena Mercedes Sosa: “Sólo le pido a Dios, que el dolor no me sea indiferente".

Sanemos nuestras heridas y el duelo presente, entre nosotros.

___________________

Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.