Buena parte de quienes en su momento ensalzaron en el Reino Unidos la decisión de abandonar la Unión Europea (UE) parecen mirar hacia otro lado. Las promesas un futuro mejor que se derivaría de una presunta recuperación de la autonomía frente a las instituciones comunitarias han sido efectivamente eso: narrativas de un futuro que se están estrellando con una realidad resumida en una escena cotidiana: un ciudadano inglés solicita a un establecimiento su comida favorita, pero ésta no le puede ser provista por la empresa, pues se ha quedado sin insumos que venían de naciones del mercado europeo; o la situación de las empresas inglesas que se han quedado sin choferes porque los acuerdos migratorios entre el Reino Unidos y la Europa de los 27 las han dejado sin disposición de personal.
Y podemos seguir, casi indefinidamente, con las empresas cerveceras, de la construcción, de los oficios varios, los de alta calificación y un amplio etcétera. El Reino Unido sigue a la espera de un futuro post-Brexit mientras el ciudadano común no puede consumir una hamburguesa sin el temor de que la empresa le diga que no tiene alguno de los insumos que oferta en su carta.